De Doncella a Mujer
En las firmes hendiduras del vientre se posa el ágil pájaro de raso. El ulular del viento sonríe a los delicados muslos que sostienen las ilusiones y complicidades del interior.
Las curvas imperfectas se transforman en tierra, en rocas, en el valle que juega con castaños cabellos, haciendo entrever las finas hierbas que crecen en la piel.
Los ríos del alma hallan su cauce entre el rojo carmesí de los labios, que se tiñen de esperanzas, de sueños, buscando el cielo osado que brilla por la eternidad de sus carnes.
La mirada se hace risa, enredándose entre lianas tormentosas, dejándose llevar por la eterna hojarasca que sobrevuela y cura las heridas. La sinceridad de los luceros se convierte en la perfecta compañera de selvas, soledades y caricias, indagando hasta el preciso centro donde florecen los cardos, juncos, margaritas.
La humedad de la boca se entremezcla con el laberinto que procede al abismo, distribuyendo las lluvias de sensaciones que se enfrentan a la realidad del propio amor; las raíces se instalan en la hermosura de sus jardines, dejando escapar el grito raído de sus placeres, la trémula aurora que se insinúa sobre la oscuridad de su noche.
¡Benditos sean los deleites!, palabras que regocijaran el alma del árbol, del fruto, de la sangre y savia de años.
La reserva de divinidad ha sido ultrajada.
El valle virgen ha sido habitado.
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