Hace frío. Llevo tanto tiempo aquí dentro, y sin embargo, no puedo acostumbrarme a este helor intenso, tan azul. Me miro en la pulida superfície de mi encierro y sonrío. Allí está ella, como siempre, arreglándose, admirándose. Se toca esos pechos blancos y duros que no conocen la silicona y sí las manos expertas de algunos amantes ocasionales. Admiradores vanos que no saben mirarla como yo la miro. Yo, que la contemplo vestida y desnuda, que la devoro con mi mirada, que me la bebo con el alma. Yo sí la amo. Por cómo se mueve, cómo respira...Ay, siento el impulso de tocarla, romper estas cadenas y salir al encuentro de su boca. Pero no puedo. Hoy se está poniendo tan guapa...Aunque no sé porqué la amo tanto si es estúpida y fría, despidada y mezquina. No sé porqué la amo tanto si la odio, si quisiera traspasar esta pared de hielo que me separa de ella y estrangularla con mis propias manos. Ella que se mueve con tanta gracia, ella que puede respirar al otro lado de mi pared, al otro lado del espejo... Ella que soy yo. Yo, su imagen prisionera, yo su primera víctima que la sigo y la persigo por todos los espejos, por cada escaparate en el que se derrama con su belleza...Yo quiero sus aires y respirar lo que ella tiene en mi lugar. Yo, la imagen del otro lado he recibido su mirada y me sé amada. Ella sólo me ama a mí. Somos una sola cosa. Un sólo ser. Pero mi amada no conoce el otro lado del espejo. Esto es tan frío y desolador sin ella cerca...Quiero que venga conmigo, que se abrace a mí al otro lado del espejo. Sí, iré a buscarla de madrugada, cuando vuelva sola y borracha como cada sábado. Ella es prudente y nunca sube acompañada de sus amantes. De madrugada la luna será la única testigo de nuestra unión... Saldré de mi encierro y la abrazaré con fuerza, mis manos rodearán su fino cuello y mientras muere, mietras sus ojos azules se nublan, yo la atraeré hacia mi, a mi reino, mi cárcel, mi destierro, y juntas por fin seremos una sola cosa. Aquí, al otro lado del espejo. |