Noor camina desnuda sobre el parquet de la habitación. Los últimos vestigios de primavera entran cálidos por la ventana abierta que deja pasar la brisa marina del atardecer. Acaba de salir de la ducha y todavía consigue retener el frescor y la aromática relajación del baño. Indecisa ante el vestidor durante unos segundos, decide cubrir las tonalidades brunas de su piel únicamente con un fino vestido blanco de algodón. Una reminiscencia de destello fija su atención. Es una vieja caja de secretos que conserva desde su niñez y que ha sido su diario más íntimo. Vacilante la toma entre sus manos y la arrulla en su pecho. Vagabundea unos pocos pasos. Se detiene junto a su escritorio y, sentándose en él, se detiene a mirar por la ventana entre los torneados visillos y respirar los aromas que arriban calmos con la orfebre caja en sus manos. Tras unos instantes con en la silenciosa oscuridad de su interior, sus dedos, de forma casi inconsciente, la abren. Sus aturquesados ojos se fijan, única y exclusivamente, en un paquete envuelto en desgastado papel y anudado con una vieja cuerdecita. Con la queda parsimonia de quien abre una carta sin saber si quiere hacerlo, deshace el paquete. En sus manos aparece una colección de postales. Las ojea esbozando una tímida sonrisa. Se detiene en una de ellas, casi al azar. Es una ajetreada imagen del zoco de Marrakeish. Aquí me tienes, degustando placeres en uno de los lugares más estruendosamente maravillosos. Entre todos estos aromas de la magnificencia me convenzo que no existe perfume más excelso que tu cuerpo. Siempre tuyo; Axel. Cierra y los ojos, y antes de lograr que sus pálpebras logren su objetivo, consigue, no sabe si voluntariamente, visualizar el momento en que recibió aquella postal; dos días antes de realizar su último examen de la carrera. Al notar como la luz vuelve a penetrar en su vida contempla que sus dedos se han detenido sobre otra postal. Es una imagen del Palacio de la Moneda. Allende siempre estará en nuestras ánimas; él será la luz que guiará nuestra libertad. Mi libertad maravillosa que es ser prisionero de ti. Siempre tuyo; Axel. Pensó que la libertad era, contemplando ese intensamente azulado mar, decidir a quién quieres pertenecer. Vislumbró un atardecer sobre los fiordos cercanos al círculo polar. Recordó que de pequeña la impresionaba pensar que podían existir noches y días tan largos. No es el frío, es tu ausencia lo que me duele en esta noche eterna… Siempre tuyo; Axel. Se imaginó un abrazo eterno bajo un sol de medianoche que recitaba nanas. Aquella postal llegó pocos días antes de su vigésimo cuarto aniversario. Uno de los regalos más hermosos que jamás había recibido. Sus manos se detuvieron ante una foto que iba inserida en un sobre de color malva. Era una imagen de los yacimientos de Olduvai en mitad del esplendor africano. Aquí buscan los orígenes de la humanidad; yo he descubierto su mayor logro: tú; la criatura más excelsa que ha soñado nadie. Siempre tuyo, Axel. Por un momento creyó que sus pupilas temblaban; quizá sólo fuese un escalofrío. O como aquellos dulces temblores que notaba cuando vislumbraba una postal en su buzón. Como aquella vez regresando de la boda de una amiga que recibió esa postal con una imagen de las peregrinaciones Hajj a La Meca. No hay mayor espiritualidad que creer en ti; no existe mayor gloria que enamorarse de ti. Siempre tuyo; Axel. Cada vez le costaba más leer aquellas letras escritas con exquisitez. Con una anegada dificultad deslizó las imágenes entre sus dedos hasta hallar la última postal recibida; una imagen lejana y en el rojo amanecer nazarí de la Alhambra. Que otro motivo para llorar que perder lo más querido; espero no verter, ni hacer derramar, una lágrima a nadie. No nos perdamos nunca… Siempre tuyo; Axel. Se sintió desplomada sobre la colección de postales. Las recogió una a una, y, mojándolas probablemente todas, las guardó de nuevo. Se dejó llorar; y en cada una de sus lágrimas se vertía una de sus postales. Dejó transcurrir el tiempo apostada frente a la ventana por la que entraba los halos nocturnos. Los arrullos de las olas transcurrieron; y llegaron unos pasos tranquilos a su espalda y mientras un cálido beso se deposita en su cuello con una caricia, una voz queda preguntó:
- ¿Qué piensa la maravillosa criatura que la semana que viene será mi esposa?
- Imaginaba lo maravilloso que puede ser el futuro, Eloy.
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