Situado en el salón de clases, atrapado por un abrumador cielo de nubes celosas, que atraídas por el sol recorren mi ventana; plataforma de cálidos sueños que alimentan un espíritu inquieto, anclado a un mar de desilusiones.
Alzando la mano para describir un mundo de obsesión filatélica, donde cada palabra representa un epitafio de deseos inalcanzables, la más codiciada de mis estampillas, acompaña la idea de cumplir la tarea encomendada por nuestra profesora de lenguaje.
Como tradición de la isla, debíamos escribir una carta dirigida a un destinatario desconocido, con el propósito de contener como tema central 'Mi Vida' que junto nuestros datos personales, acabarían sigilosamente embutidos en una botella.
Al finalizar la clase, marchamos rumbo al puerto, en espera de participar en el asueto anunciado por gaviotas, frente al mar estremecido por el templado hálito de época de estío; dejaríamos navegar nuestra carta a la deriva entre buques pesqueros, sirenas perdidas, náufragos estelares, alguien quien respondiera ansioso, seríamos amigos postales con ilusiones viajeras.
Irónico como el valor se ríe del miedo, una vez conquistado el punto más alto de la costa, arrojé con fuerzas el cénit de mi dicha; las olas mensajeras se convirtieron en oleos que retrataron mi esperanza, arrastrando en cada pincelada, la avidez de mis delirios de coleccionista.
"No podemos evitar soñar en un mar de esperanzas, sumergir cada sentimiento, pero nunca ahogar el dolor" |