Voy a comprar una botella de tequila y guardarla en el closet para momentos como éste.
Yo no quería más que escuchar una de esas canciones muy grandes y pesadas y tomarme un trago de tequila, pero no tomarlo sino de verdad pegármelo, porque obviamente, un trago de tequila no se debe tomar a menos que se sienta. Es una de esas cosas como comerse una hamburguesa o escuchar una canción de esas como bohemian rhapsody, o ver una película que te descoloca.
No había pasado mucho. Yo le dije –mira, me corté el cabello- y él dijo –sí, mira, yo también-, entonces yo lo miré extrañada y le dije - ¿en serio? – y él - ¿qué? – porque tenía el volumen de la música demasiado fuerte, entonces yo le quité uno de los audífonos y le dije – ¿que si de verdad?- y él – no, mas bien, no quiero.- Y como yo nunca me puedo quedar callada dije – es que así te ves bien-. Pero es que ustedes no saben lo lindo que se ve con el cabello largo.
Estábamos mirando a unos chicos jugar metras y Miguel se quería morir cada vez que pelaban la jugada. ¡Es que son metras! ¿Cómo pueden ser tan malos? En paráfrasis, algo así decía. Y yo no podía mirarlos a ellos y tampoco a él. Estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por que mis ojos localizaran cualquier cosa lejana que pareciera importante. Pero entonces dijo –Sólo hay que hacer así- y comenzó a gesticular. Yo bajé la mirada y ví sus manos simulando el juego de metras y todo era demasiado precioso. Me acordé del día que descubrí que su cuerpo es del tamaño exacto del mío, y del día que estábamos jugando y como el juego decía que debíamos hacerlo, nos agarramos de la mano y yo sentí sus dedos ser mi guante, y mis dedos ser la llave en el ojo de su cerradura.
Él seguía simulando jugar metras y yo… lo miraba y le miraba la cara. Y le miraba las manos y le miraba la cara. Claro, él sólo estaba pendiente de las metras pero mis ojos vigilaban su cara y sus manos alternándose ambos el dominio como en un juego de ping pong. Y él estaba tan contento de poder quejarse y yo sólo quería que alguien, por favor, alguien, gritara para poder yo también gritar “maltrátame por caridaaaaaaaad” como Fito en delirium tremens. El nivel de adrenalina y de alteradocitos en mi sangre seguía subiendo mientras miraba sus manos, dulcísimas y entonces recordé, y me calmé, que aunque en este momento lo sentía tan aislado de mi desesperación, en muchas otras cosas somos cómplices.
A veces dice cosas que me dan risa y a él, más nadie parece entender, y yo me tengo que sentar a mirar el techo mientras él le explica a los demás, y les cuenta la historia, porque ya la conozco. A veces las escucho de nuevo porque me gusta oír cómo se altera y sube el tono de su voz. Entonces me río antes de tiempo o le echo una mirada como para que sepa que sé de lo que está hablando.
Eso es otras veces, pero esta vez me reía particularmente de las metras mientras seguía mirando sus manos que me ponían las piernas en un sitio y el torso entero siete kilómetros más allá. Me sentía en todas partes y en ninguna. También un poco parte de él y me provocó escuchar lo que él escucha y leer lo que escribe, porque cuando comparte esas cosas conmigo es como que… no sé, con él, todo es la misma cosa, la misma emoción de encontrarse en el parque otro niño al que también se le cayó su helado de fresa, como a uno, y que también está emocionado porque se va a montar en las sillas voladoras. Como cuando se ríe y me dice “oye Julia” y yo pienso que es tan bonito cómo me dice Julia así, sin que yo sepa que va a decir mi nombre (porque por otro lado, siempre me molesta que la gente no se acuerde de mi nombre) y es exactamente la misma emoción.
Ya Nena me lo dijo, que ella sabe que me gusta. Yo le dije – Nena, cállate, no sabes nada-. Porque de verdad, Nena no sabe nada, Nena no entiende. De hecho, creo que yo tampoco entiendo. Yo sólo quiero que me dejen mirar sus manos, del tamaño de las mías, y que alguien, por favor, alguien grite y me de un trago de tequila, chupar la sal, chupar el limón y que pase cualquier cosa que me quite estas ganas explosivas de gritar.
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