Al cabo de mucho tiempo decidió salir a caminar, la angustia que se había apoderado de ella, se desvaneció, las lágrimas no brotaban más de sus ojos. Abrió la puerta de su casa y salió. No sabía muy bien dónde ir, el sol brillaba y el cielo estaba despejado. La única opción que se le ocurrió fue el parque.
Ese lugar tan tranquilo, tan verde, que le inspiraba serenidad. Se recostó bajo la sombra de un árbol y comenzó a observar los árboles, imaginaba su historia, cuanta gente había pasado por allí, lo que podrían haber hecho, fue así cuando, de pronto, observó a un mimo, lo recordaba, siempre iba allí a practicar sus actos, lo miraba y se preguntaba el porqué de todo lo que éste representaba.
Sus cuestionamientos pasaban desde su vestuario: ¿porqué usan guantes en invierno?, ¿porqué usan guantes si no tocan nada?, y cosas así. No entendía el porqué de sus actos, siempre tenía cara triste, no hablaba. Lo que le hacía pensar en cómo ayudarlo, ¿qué hacía con la tristeza?, ¿a quién le contaba sus penas?, pero nunca se le presentó la idea de ir y conversarle, pensaba que de esa manera rompería su pacto de silencio.
En un momento, notó que éste se había ido. Lo buscó con la mirada por todo el parque, y de repente, siente unos pasos detrás del árbol en el que se encontraba recostada y aparece el mimo, la ayuda a levantarse y la hace correr por todo el lugar, subir y bajar las escaleras, corre bordeando el lago y comienza a reír. Él en silencio, ella a carcajadas, de pronto paran, él la saluda y se va.
Ella lo mira y se sonríe, sabe que es feliz, aunque no lo aparente y ella se encuentra mejor, piensa en no llorar y en ser feliz.
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