Uno
Pasé mi niñez en una ciudad que tenía trópico y veneros de petróleo en sus entrañas. Los directores de la empresa vivían en el lomerío, en casas de lujo; los obreros calificados asentaron sus viviendas de madera tratada en la planicie, mientras que en las afueras habitaban los indígenas, en unas chozas que tenían paredes de barro y techo de palma. Mi casa era de madera con piso de color ladrillo y un patio sombreado por árboles.
Dos
El silbato de la empresa sonaba a las seis y cuarenta y cinco de la mañana y quince minutos después volvía a pitar y marcaba el inicio de labores.Recuerdo que gruñía profundamente en mí oído, haciéndome creer que se trataba de un buque de vapor surcando sobre el oleaje; luego el capitán lo desviaba río arriba para que los niños conocieran una nave de verdad. Los únicos barcos que conocía eran los ilustrados en los libros o bien los armados con hojas del cuaderno.
Tres
Asistía a una escuela muy bonita llamada María Enriqueta. Tenía dos niveles con suelo de mosaico, salones amplios, luminosos y por fuera, cuadritos de cerámica color café. Era fresca y daba gusto acostarse en sus pisos fríos. A la escuela iba en la mañana y en la tarde. cuando regresaba a casa había ocasos de fuego y escuchaba el alboroto de los cotorros. Otras veces el cielo se oscurecía y llegaba la tormenta. Caían unas gotas gordas que al pegar dejaban un resabio de dolor y descargaban su furia sobre los tejados. Los arroyos se formaban en instantes y era el momento para arrancarle hojas al cuaderno y hacer el barquito de papel y situarlo sobre la corriente de agua y verlo partir rumbo al mar. Imaginarlo al lado del buque de vapor, ante la sorpresa del capitán, enfebrecido por los bochornos mediterráneos.
Cuatro
Para ese tiempo, la televisión era un bicho raro, así que después de la escuela me reunía con los amigos y jugábamos al yoyo, a las canicas y en la tarde vieja, a las escondidas. Recuerdo el resplandor de los quemadores de gas, que a la distancia parecían gigantes de lumbre que se mecían con el viento, permitiéndonos retozar en aquellas calles de lodo y piedra. Cuando mamá gritaba mi nombre, sabía que era hora de dormir.
Cinco
Había dos temporadas, la de los aguaceros y la del frío. Ambos eran dañinos. Me aprisionaban, salía de casa por necesidad. Para poder llegar a la escuela tenía que ponerme unas botas de hule y un impermeable pues en las calles se formaban lagunas que teníamos que atravesar. —Era placentero meterse al agua y chapotearla con mis botas de goma—. El impermeable era un estorbo y más de las veces me lo quité para sentir las gordas gotas sobre mi rostro.
Los aguaceros, en su mayoría llegaban con el anuncio de los truenos y los rayos. Mamá corría a cubrir los espejos y luego me abrazaba fuerte, muy fuerte. Después de varios días, me asomaba a la ventana y veía que el patio y las calles estaban hechos de agua.Después vendría la recompensa, pues los charcos se cubrían de gusarapos, y salían de todos lados mariposas que volaban en filas y que a veces se posaban en mis manos. Arriba como saetas pasaban las libélulas con su iridiscencia azulada. Poco a poco el sol tostaba el barro y volvía con los amigos a jugar.
Seis
Las aguas del frío me encarcelaban. La gente decía que había norte; para mí significaba pasar las vacaciones escolares metido en la casa sin poder salir a jugar por días y días. Era una lluvia fina, afilada y fría, que si caía por breves momentos, empapaba la ropa y dejaba dentro, una humedad que te hacía tiritar. Le decíamos chipi-chipi.
En esos días la pasábamos en la cocina con mamá, saboreando el café caliente y un pan recién horneado que al morderlo, crujía y esparcía el sabor de la melcocha. Afuera estaba la monotonía: La gotera que caía en la cubeta o resbalando sobre la circunferencia de las naranjas y soportando el tac que hace al tronar sobre las hojas de los plátanos. Cerraba los ojos y veía en mi mente a los quemadores y cómo de su tallo se desprendían lenguas y pájaros de fuego. Yo volaba en una de esas aves y recorría paisajes desconocidos. Hoy comprendo que aquella lluvia tenaz me obseqió los besos tiernos de mi madre y a cultivar mi fantasía. |