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El día nacía por el horizonte; tímido y sonrojado se asomaba el sol.
Desde mi ventana, contemplaba el paisaje después de haberme desperezado al sentir en mis mejillas el roce amable de la luz.
Sentí el latido rítmico de mi corazón que me invitaba a un nuevo día.
Decidí sumergirme en el mar tranquilo de la vida que se me ofrecía. Todo parecía nuevo; presentía a la vecina gruñona del quinto con faz amable, cercana.
La algarabía de los niños, se asemejaba al gorjeo de los gorriones.
El ruido de los coches y motos, pregonaban la dureza del asfalto.
Decidí cambiar de rumbo hasta que bajo mis pies noté la arena mojada y anduve lentamente hasta que sentí en mi rostro el contacto del sol que caminaba majestuoso por el azul plata. Sin pensarlo más, me dejé mecer por las aguas calmas del mar.
Él me atrae, solo con contemplarlo, me transforma; soy otra persona.
Me siento en la orilla y casi sin querer, van surgiendo en mi mente recuerdos lejanos como traídos por las mismas olas que suavemente se rompen cuando llegan a la orilla.
Pasaron las horas y volví sobre mis pasos. Aspiré por ultimo y con ansia el aire puro de la brisa.
La silueta de los gigantes dormidos fue creciendo tomando un color grisáceo, su sombra me iba envolviendo hasta adentrarme en el asfalto y hierro.
Sentada en mi sofá empecé a desgranar los recuerdos y recuerdos de mi existencia hasta que con la llegada del crepúsculo, me levanté y volví a mirar por la ventana para despedirme de mi amigo sol y prometerle que al día siguiente, volvería a caminar en su compañía si él se asomaba por mi ventana.
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Texto agregado el 26-01-2006, y leído por 94
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