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Entonces Miguel y yo lo abandonamos. “Que haga lo que quiera -dijo Miguel– yo hasta aquí llego” y se dio media vuelta. Diría que fue Miguel quien lo abandonó, yo nunca lo había seguido sinceramente. Habíamos cambiado con el viejo, en especial Miguel. Siempre positivo y optimista, con esa certeza de que todo va a salir bien. Sin embargo con el viejo, Miguel y yo habíamos cambiado nuestro optimismo, y digo nuestro porque mi optimismo era el de Miguel. Miguel había dicho que no importaba que el viejo mintiera de vez en cuando, yo no creí que hablara en serio, nosotros nunca fuimos así. El viejo con su cara arrugada y cínica siempre nos probaba. Lo seguimos porque nos cayó bien al principio, pero lentamente nos llevó a su trampa. Miguel y yo lo discutimos un día, “Que importa que mienta de vez en cuando, nos mantendremos aparte”, cuando lo dijo casi me olvide del viejo y pensé en los dos siendo rectos, por eso no tuve un argumento verdadero para oponerme.

Había algo en el viejo que me molestaba, tal vez en alguna de sus arrugas o de sus gestos creí descubrir un asomo de hipocresía, era obvio lo sé, pero al principio no fue tan evidente, Miguel y yo no quisimos verlo. Luego dijo que no era su intención y que todo dependía de la manera como lo viéramos, lo dijo como tratando de opacar la cruel verdad. Como si se pudiera, acaso la verdad no es una, encontrar la verdad en cualquier esquina. Como si la verdad fuera la suma de todas las verdades, acaso la verdad no es una y lo repitió Miguel con vehemencia. Entonces el viejo no tuvo más argumentos y buscó una nueva evasiva, pero Miguel y yo ya lo habíamos descubierto. No hay nada peor para un mentiroso que ser hallado en flagrancia de su contradicción, cuando no puede encontrar más excusas y no puede acudir a más historias para explicar su conducta. Aún así el viejo sabía que estábamos atrapados, no sólo porque no teníamos más lugar, sino porque fuimos sus cómplices tácitos.

Luces se lo dijo a Miguel, “Para mi que el viejo se burla de ustedes”, a Miguel no le gustaba que le dijeran que hacer. “Que dices Luz Estela –hizo una pausa para que se notara que no dijo Luces sino Luz Estela- si así fuera, es mi problema”, y ella guardo silencio, no porque no tuviera nada más que decir sino porque conocía bien a Miguel. Luces no tenía la culpa, quería ayudar, pero a Miguel y a mi no nos gustaba hablar del tema con nadie más. Luces me preguntó por el viejo. Yo sabía que en realidad me estaba preguntando por Miguel y el viejo. Miguel no le hubiera contado nada y ella lo sabía, de todas formas preguntó, “Que pasa con el viejo parecen sus títeres”, era cierto, pero ella conocía la respuesta. “No te metas Luces”, por más amable que traté de ser la respuesta era muy fea. “Todos ustedes son iguales –dijo alterada- y luego vienen buscando consuelo”. No me gusta ver llorar y menos a una mujer y menos a Luces. Miguel y yo sabíamos que todo debía terminar, había que hacer algo. El negocio no andaba bien desde lo de la niña, el viejo dijo que no tenía nada que ver con la disentería, que no era su culpa. Al principio éramos sus ayudantes pero ahora parecíamos un par de sirvientes, Miguel le ponía la cara a los clientes. Yo siempre estaba en la trastienda, pero con lo de la niña a Miguel y a mi nos tocaba escondernos.

Luces y Miguel estaban distantes, como desconocidos, yo no le quise hablar a Miguel del tema porque lo conocía muy bien. En el pueblo se decía que Miguel era el títere del viejo y que yo era la sombra de Miguel. Como fuera no lo podía dejar. El viejo nos enseño muchas cosas de medicina natural y de hierbas. Miguel siempre curioso le aprendió mucho, eso creía yo, pero luego descubrimos que el viejo era una farsa. Miguel me había dicho que Luces le hacía falta, lo dijo en otros términos, en el lenguaje secreto de los amigos de años. “Hace rato que no vamos por el río”, íbamos desde niños con Luces. Yo también extrañaba a Luces, aunque ella hubiera preferido a Miguel. La niña casi muere. Al viejo no le importó, se reía secretamente de la gente, de su superstición, era eso lo que más aprovechaba. El viejo hierbatero andaba por ahí tranquilo burlándose del pueblo, de la niña, de Luces, de nosotros. Poco a poco nos había ido transformando, nos había quitado la vida. “Sabe qué Miguel, lo del río suena como una buena idea”. Entonces Miguel y yo lo abandonamos.

Texto agregado el 26-01-2006, y leído por 412 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-02-2006 Muy Bueno ***** + tu_angelito
03-02-2006 es bueno!!! me gusta mucho como lo relatas! Soy_Naixem
03-02-2006 se da garra no?..jajaja joshep
30-01-2006 Me gusta la manera de relatar las cosas, siempre despertando la curiosidad del lector y haciendolo pensar activamente para armar las ideas. La temática es genial, yo creo que muchos hemos tenido que abandonar al viejo "yerbatero" y otros aún siguen como esclavos. Chévere. greenfire
27-01-2006 Un relato inteligente, bien estructurado. Sí, hay que saber darse cuenta cuando el puerco no da manteca, siempre hay tiempo para renovarse y limpiar el corazón. ¿cuánto viejos hierbateros habrán riéndose de nosotros?. Felicitaciones y buena ventura x*5 poenauta
 
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