Obsesión.

La tranquilidad la ponía fiera porque prefería sumergirse en el mar caótico de sus pensamientos y así descansar después en las playas mansas de una certeza vana. Se devanaba los sesos con preguntas hostiles y mantos oscuros, creyendo que con eso podría abandonarse.

Decidió cuestionar cada pequeño sentimiento para confinarse a una celda oscura e impenetrable, en donde ninguna esperanza le tendiese la mano y sólo pudiesen entrar los implacables fantasmas vestidos de pasado. Ellos danzaban al son de los gritos estruendosos de su mente. Se acercaban tanto, que ella podía tomarlos y destruirlos con las manos, para con las mismas reconstruirlos después.

El tiempo le clavaba puñales amargos que la hacían sangrar líquidos transparentes a sus ojos y que le escurrían por el ropaje andrajoso. ¿Cuánto tiempo habría pasado para ella? Siglos infinitos cargados de tortuosos momentos, incoloros y despiadados, capaces de convertir una simple obsesión en el más acre sueño.

El tiempo se vistió de monotonía, y la monotonía trajo consigo a la calma. Por fin ella vio los claros ojos de su obsesión y descubrió que ya no hacía amagos de alcanzar a los compañeros de sus juegos viles, estaba hastiada de ellos, así que los tomó con las manos y los destruyó por última vez.