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JADE

Abrió los ojos sin recuerdos. Carecía de sentidos mentales. Estaba ahí en cuerpo, pero en alma, no se podía decir que estaba en alma: no la poseía.

Un cadáver respirando y con pulso. Se encontraba ahí recostado en un sin fin de hierbas largas, secas y flagelantes en su cuerpo desnudo.

Sus sentidos regresaban a paso en extremo lento. Primero su tacto: sentía los filos dobles de la hierba seca bajo su cuerpo y algo que parecían ser hilos de sangre negra, sangre sucia y seca.

Su gusto: saliva podrida que yacía estancada en su boca seca y nublada con un aliento fétido y llena a su vez de sangre de sus entrañas.

Su olfato: tierra seca, sangre seca, lluvia seca, vida seca.

Su vista: la tierra y las hierbas colapsadas por su mejilla iluminadas solo por esa hermosa luna llena.

Su oído: nada; el silencio era absoluto y complejo, el silencio de la vida y el silencio mismo que acompaña la muerte, un silencio putrefacto y vivo, el silencio más bello que jamás escucharía.

Su mente seguía como una hoja de papel blanca y limpia. Su exterior entraba a su cuerpo y éste lo absorbía como esponja inerte. Era un recién nacido con pelo púbico.

¿Realmente estaba vivo? ¿Realmente estaba viendo algo que existía? ¿Realmente era de noche? ¿Realmente todo eso existía? ¿Realmente él existía?

Pudo moverse: con un esfuerzo brutal logró sentarse. Sus pupilas se ajustaban suavemente a la media luz. Se encontraba en un claro seco rodeado por el verde sin final.

Pudo afinar su oído: escuchó cantar con melodiosa voz femenina al viento chocando entre los árboles, los árboles contestaban demostrando su hombría. La hierba seca danzaba siguiendo las notas frágiles de la soprano y el tenor. Era demasiada belleza para su mente blanca: lloró. Era demasiada vida para su cadáver vivo: lloró.

Intentó seguir las notas, abrió la boca y el fétido aliento perturbó su oído. Intentó gritar pero algo se lo impedía; no podía, simplemente no podía pervertir, manchar aquel lienzo de belleza sonora.

Miró a su alrededor: Verde, verde, verde... Miró a la luna: lloró.

Miró su cuerpo desnudo y descubrió su sexo, le disgustó y se aborreció a sí mismo en el momento: era un ser grotesco perdido en un mar de belleza de jade. Sólo hasta ese momento se preguntó qué hacía ahí. Estaba de intruso en el reino de la frágil y sublime belleza pura. No pertenecía ahí. Descubrió que podía mantenerse erecto sobre dos extremidades. Le pareció grotesco el sonido de su piel rozando la hierba: mataba los cantos. Permaneció ahí inerte un par de lunas sin soles. No podía asesinar la música. Pero él no pertenecía ahí.

Ignoraba como había llegado, ignoraba por qué no podía detener su llanto e ignoraba que sería de sí mismo en un futuro próximo-lejano.

Era un sacrilegio contra sus dioses (ambos) el moverse. Los adoró siglos y eternidades sin soles sin detener sus lágrimas ya ácidas que corroían su piel.

No soportó su impertinente y grotesca figura entre aquel majestuoso jade.

Cerró los ojos y durmió sin despertar.

- S

Texto agregado el 26-01-2006, y leído por 222 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-03-2006 Muy bueno! tiene mucha decripciones e imagenes muy bien logradas, y esa mezcla perfecta de belleza y oscuridad BESOS
 
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