Desperté con el alba entre mis sábanas, hacía frío y un poco de miedo. Las ventanas transpiraron lo que no alcanzamos a sudar y hasta el desayuno nos supo a sexo. Ninguno habló y por un momento me vi despertando sin saber que siempre estuve conciente. Se nos olvidó mirar sólo para pestañar y de respirar sólo para vivir. Estábamos ahí, de frente, nerviosos, mirando el velador que nos ofrecía imágenes de cómo todo sucedió (aquel mueble estaba dotado de un espejo)... recuerdos.
Del suelo, un cable que conectaba una juguera:
Ingredientes:
-Ella.
-El.
-Cualquier licor (que no te mate pronto, sino que de vida por más tiempo)
La receta es tan simple como la preparación; primero tomas a Ella y la pelas completita, y luego haces lo mismo con El (no es un requisito, se puede cocinar sin pelarlos, pero después el sabor cambia; por lo general a mi me gusta dejarlos sin cáscara, a no ser de que esté apurado). Luego, es importante dejar a Ella primero en la juguera para que así se mantenga más fresca; después introduces a El y por último el licor (medida a elección). Tapas la juguera, buscas en uno de sus botones el “Mix” y después de un rato, según la consistencia, apagas la máquina y el mejor invento nunca antes visto va a estar en poco tiempo posado en tu vientre.
-¿De qué te reí?
-Nada, imaginé algo con la juguera.
-Te estay riendo de mi.
(El la mira a Ella. Suenan las sábanas, el cobertor y la almohada. Ella se da cuenta. Ella lo mira a El. Se miran, por primera vez en la mañana).
-¿Son seguras las pastillas que tomaste?
-¿Por qué?, (ahora coqueta) ¿querí asegurarte?
Se había acabado el licor la noche anterior. No lo niego, hubo poco que licuar. Eso sí, esta vez me supo a Amor...
En fin, no hubo cigarros sino besos; tantos, que no hemos podido salir de la juguera. Y qué decir del Mix que cada día se hace cargo de nuestra dieta.
¡Mix!
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