AISLADO



Aislado, confinado a la oscuridad eterna.
Solo una rata pestilente, con sus ojos negros inexpresivos pasa revista por esta celda olvidada.
Uno, dos, y mas días, sentado en la misma posición, haciendo de la incomodidad el flagelo compañero y socio de mis miserias.
Apenas me quedan uñas para rasgar las piedras de este calabozo y el olor de mis heces acumuladas me ha hecho olvidar el aroma de una flor, del rocío de la mañana... de una mujer.
Días y noches son indistintos; horas y minutos no tienen ya sentido para mí.
Esto no es la soledad; esto es no ser, no existir, es haber casi desaparecido.


Hace tres días que comencé a rechazar la comida.
En un principio, me parecía horripilante, pero al pasar los días y incrementarse el hambre, parecía un manjar.
Ahora, apenas la traen y la pasan por el recoveco bajo la puerta, me fijo que es...y la arrojo por el hueco maloliente adonde suponen hago mis necesidades fisiológicas.
Solo tomo agua...si podemos llamar agua a ese líquido espeso, grumoso y maloliente.
Pero ya nada importa.
Hoy tome dos decisiones: la primera es que si en algún momento abren esa puerta, hallen lo menos posible de mí, si es que alguien lo hace por algún motivo.
La segunda decisión es que, cuando arrastren la próxima comida por el hueco, comeré solo el puré o alguna papilla.
Si...esta decidido.
Untare esa inmundicia primero en mi pie derecho.
La carne sola, sin nada que la acompañe, nunca fue de mi agrado.