"Tralará, lará" cantaba el loco haciendo equilibrio sobre el borde de la acera. "Tralará, lará"
Hugo Salvaterra lo esperaba cuchara de albañil en mano como un masón.
-Y yo pensé que jamás vendrías, ¡ja! cinco pesos por día ¿eh? (loco del diablo), pagaderos el fin de semana (sí,ja) ¿Qué vas a hacer con tanta plata? ¿eh? (maldito idiota).
-Me compro un gorro, dijo el loco, y le juego diez pesos al cincuenta y seis.
-¡Ajá! bueno, bueno, menos charla y más trabajo. Y lo que se ensucia se lava ¿eh?
Hugo Salvaterra era cuidadoso con las herramientas de trabajo, las lavaba luego de usarlas quitándoles el excedente con una espátula y, envueltas en una bolsa arpillera, las llevaba a su casa. Sólo el andamio, fabricado con cuerdas, tablones, y poleas, pasaba la noche al sereno, en la obra.
Lo que el obrero no pensaba hacer, y a veces lo manifestaba en voz alta, era pagarle lo prometido al loco, y digo que lo manifestaba en voz alta pues era partidario de la erronea creencia que tiene a los locos por "no pensantes"
Pero el loco escuchaba con atención y cantaba.
"Tralará, lará"
-¡Maldito loco! mascullaba Hugo mientras agitaba la mezcla. ¿Es que no tes vas a callar?
Y encendía la radio resoplando como un buey.
Invariablemente, ni bien el loco escuchaba el "click" preguntaba a los gritos.
-¿Cómo va Boca?
-El campeonato termino, ¡maldición!
Pero el loco no se contentaba, quería el pormenor de las cifras.
-¿Cómo va Boca?
-Ganó, ganó... como tres a cero. ¿Estás contento ahora? (loco del diablo)
La parte más dificil para Hugo era subir los angustiosos cinco metros del andamio, por lo demás, enclenque e inseguro. Claro que siempre se tomaba el resguardo de revisar las cuerdas con una palmada, aunque el loco, que lo observaba con el rabillo del ojo, sabía que aquella no era la mejor manera de revisar satisfactoriamente una cuerda; había cortes en forma de uve lo suficientemente maquilladas, había fricciones y desgastes que sólo eran verificables tirando la cuerda con una mano hacia un lado y con la otra hacia el lado opuesto.
El loco lo había leído, el loco sabía.
Un rudimentario sistema de poleas elevó el corpachón de Hugo Salvaterra hacia las alturas. El loco era el encargado de enviarle los baldes ahítos de argamasa.
"Tralará,lará" cantaba y esperaba.
Si sus conocimientos en física no lo engañaban, y su estimación en cuanto al peso de Salvaterra había sido aproximado, aquellas cuerdas no lo aguantarían.
Cuando oyó el grito se cuidó de hacerse a un lado para no estropear la caída. No había que ser demasiado perspicaz; el ruido entre seco y sordo como el de una sandía al quebrarse, denotaban un cráneo severamente roto.
El loco hurgó entre las ropas de Salvaterra y tomó treinta y cinco pesos, el valor por el cual había trabajado. Luego dió la voz para anunciar la tragedia.
Entre la numerosa gente que se agolpó, un policía tomó al loco del brazo.
-Se cayó, explicó el loco.
-Andate antes que venga el comisario; con vos como testigo vamos a tener que llenar formularios hasta mañana. Tomá, le dijo dándole diez pesos, andá a tomarte un café con leche.
Y allá partió el loco siempre cantando. "Tralará, lará", hasta que oyó en un bar una radio encendida y asomándose por la puerta preguntó:
-¿Cómo va Boca? |