Hoy hace frío, como siempre y aunque lleve tantos anos viviendo en Canadá, siempre me acuerdo de mis primeras impresiones del invierno que siempre viene acompañado por la nieve, y que en mis años de juventud solo conocí en TV…
Ah. En momentos como estos y con puro invierno, viendo los árboles secos de clorofila y vestidos con trajes blancos producidos por la ultima nevada. Te juro por dios que es el último lugar del mundo donde yo quisiera estar. Aunque dicen mis amistades que lo que me sucede a mi, es que me hace falta el espíritu del invierno, otros que porque no sé esquiar pero bueno he vivido por tanto tiempo aquí y siempre a sido lo mismo. De todas formas, esta tercera copa me sube la temperatura del cuerpo y me pone a viajar. Aunque solo sea en mi imaginación.
Un trago más… a ver, ¿donde estoy? Si señor… una tarde soleada, en medio del malecón habanero… estoy caminando… belleza de la imaginación. Oh La Habana, perla de las antillas; su gente, los carros antiguos que, como en películas de los años cuarenta y cincuenta, pasan unos detrás de otro dejando una estela de humo como avión supersónico que viaja a grandes velocidades. Los edificios pidiendo a gritos mantenimiento… En fin, una ciudad como cualquier otra. Ahora veo al vendedor de cacahuetes, que antes era representado por un chino en el teatro bufo, ahora es un profesor de inglés, que en sus ratos libres, vende cacahuetes especialmente a turistas, para estar en contacto con el exterior. Hoy me imagino una tarde de carnaval: la algarabía de los niños, olor a cervezas donde quiera, confundiéndose con el olor de los baños públicos, improvisados sobre alcantarillas poco eficientes, varias mesas y sillas, gentes y la música desbordante de sabor, que en tantos años fuera de cuba ,no he visto bailar a nadie de esa manera.. En fin una ciudad llena de bulla tropical.
La habitación esta vacía de su perfume, pero se recuerda todo el tiempo. Sentado en este sillón, miro la fotografía que nos tomamos hace como 30 anos, en un bar cercano donde yo vivía. ¿Pero en dónde esta ella? Ah, sí. Allá, sentada a mi lado, escuchando la música cubana, la salsa de verdad, aquella que verdaderamente le atrae, aunque sus raíces estén tan lejos de los ancestros tambores bata o del pasodoble español. ¡Ay! Sigue moviendo sus piernas, tratando de coger el ritmo de la música desde su silla; sobre la mesa, dos cervezas, y frente a ella yo, un animador turístico, frustrado pero todavía con empleo. Un poco mas allá, la conga, que se desplaza con ritmos de tambor, cencerro, con olor a negro, a blanco, perfume barato, grajo y alguna que otra serpentina y la esperanza de ganar el premio de mejor comparsa.
¿Qué si recuerdo cómo la conocí? Si, lo recuerdo bien, fue una mañana de lunes, regresaba de una fiesta con amigos, en donde me había sorprendido la mañana con un vaso de ron en la mano, descargándole una de mis mas terribles notas (léase borracheras) a una mulata de sabe Dios donde; con edad indescifrable. Parece que, aburrida de su vida cotidiana y de algún que otro amor, siempre comenzaba y terminaba en la cama; pero se decidió aguantar mi perorata por casi todo el tiempo que duro la fiesta. Cuando mire mi reloj eran casi las seis y treinta de la mañana y seguía en pie, como cuando empecé a beber. Me despedí de ella con paso apurado y de algunos que todavía quedaban regados por el patio de entrada de la casa de los amigos de la fiesta. Al salir, la mulata me tiro un beso y me dijo “Adiós blanco lindo”. Sabía que me había dicho ese piropo porque fui todo un caballero durante toda la noche, nunca insinuando o pretendiendo terminar revolcados en una cama, como siempre le ocurría. Si, creo que la saque esa noche de su mundo de lenguaje de adultos, sexo y violencia. A estas alturas pienso que me gane el piropo. Ya en la calle, con los primeros resplandores del día, se podía ver el ir y venir de las personas con sus pasos apurados. Ese que todos tenemos cuando le queremos ganar a Cronos y llegar a tiempo a nuestros trabajos.
El sol no había salido y todavía se respiraba el aire frío de la madrugada, que siempre lo acompaña un olor indescifrable, y que aquí con este frío de mierda no lo sientes, pero que es algo así como puro húmedo; de aire cansado de ir y venir por toda la ciudad, por casas con ambiente familiar, aires de panaderías que no descansan en toda la noche para darnos el pan de cada día. El aire de la madrugada tropical tiene también olor a cantina y alguno que otro tufo de alcantarilla mal limpiada. Casi son las siete y treinta de la mañana, he caminado como diez cuadras y casi estoy en la puerta del hotel donde trabajo, tengo la boca seca y el estomago hirviendo como una locomotora de vapor cuando se aproxima al aguadero después de devorar kilómetros por rieles polvorientos.
Al entrar pido la llave de la oficina en la recepción y me doy cuenta, en mi embriaguez que ya iba pasando, de su presencia. Una mujer rubia con un cuerpo, no sé si diferente a los que yo había amansado algunas que otra vez, o de esos del tipo de los que uno apetece. Lo único que me acuerdo, fue lo que dije para mi: “esa rubia va ser mía”. Y parece que la magia funciono. No se si fue la mía o la de ella, porque nunca tuve afinidad con turistas, para mi siempre fueron personas con cameras fotografías y un deseo infantil por descubrir alguna que otra ciudad o relajarse en la playa leyendo hasta quedarse dormidos después de zambullirse en uno o dos tragos. Así de casual empezó la relación. Ella en su ir y venir de sus paseos por la ciudad, yo inventando un animación hotelera, donde al único que había que animar era a mi. En primer lugar porque el hecho de que el ser humano adquiera la condición de turista, no le da derecho hacer tan imbécil de quedarse dentro del hotel por muy buena que sea una actividad, cuando en la calle lo espera un sol brillante, una playa de azul inmenso y alguna que otra amiga para compartir un sueno erótico bajo la sombra de una mulata que esta mas apetitosa que un caramelo. Entonces a quien carajo le hago animación. Y el gerente que sabe más de política que de turismo exigiendo un programa de animación. Ya a estas alturas el único programa que tengo en la cabeza es el de la rubia que va a ser mía (machista).
Alisa, que así se llama ella, es mujer madura de sonrisa amplia, mente despejada y con un apetito feroz por el baile cubano y la lengua española, Si señor, habla perfecto español y hasta se sabe las malas palabras, aunque no las dice; lo aprendió en España mucho tiempo atrás. Pero para que saltar a otro país frío, vamos a quedarnos aquí en el sol a treinta y dos grados de temperatura. Por cierto, voy a subir la calefacción para avivar un poco más mi imaginación. Además ya dejó de nevar, el aire se esta volviendo mas frío y se esta colando por una de las ventanas que no está bien sellada. Y también de paso me preparo un cuba libre con el ron que me dejo mi nieto en su ultima visita. Así aligero la sangre que me sube al cerebro y sigo imaginándome en el trópico. ¿Donde me quedé? Ah, de cómo empezó la relación. Bueno, siempre fui tímido a la hora de acercarme a una mujer pero si de verdad la magia existe en nosotros funciono.
Nos conocimos en el hotel durante los desayunos, de mis pobres actividades en la piscina donde ella aparecía para comerse su sándwich de jamón y queso que siempre acompañaba con una taza de café; siempre a la misma hora: 2:00pm. El área de la piscina era al aire libre en el sexto piso y paralela a ella un bar con cristales en el fondo, que dejaba ver la parte vieja de la ciudad y algún que otro barco entrando en la bahía ayudado por remolcadores que parecían niños empujando a un viejo cansado de tanto viajar por el mundo. En la parte soleada de la piscina y tirados como troncos dos turistas se empecinaban en tomar el sol, recostados en dos sillas. No se si para darse el gusto a su regreso de mostrarse a sus amigos tostados por el sol tropical o porque habían pasado la noche en compañía del Habana Club y seguro con algunas muchachas con alas de mariposa nocturna, que con los primeros rayos del sol van y se esconden. Entonces dije para mi: “pobrecitos, deben de haberles sacado hasta el jugo gástrico”. Además para que carajo cogen el sol, si ni se tuestan ni nada. Lo único que hacen es ponerse más rojos que el mercurio y alguna que otra vez, pescan una buena insolación que les jode las vacaciones. Bueno, ahora me retracto de mi poca visión del mundo y de haberlos juzgados como troncos inermes bañándose en el sol, porque tiempo después fui yo el que se tiro a dormir al sol como tronco revolcándome en cada rayo de sol y salitre.
Ah, ya casi estoy en su mesa, me saluda estrenando una de sus mejores sonrisas. Como ese día no tenia mucho que hacer, le pido si no es molestia sentarme a su lado, a lo cual no puso objeción y la conversación fluyó como río que se desborda en la catarata. Hablamos del tiempo, la playa, mi trabajo, del cual no dije nada negativo porque no había necesidad. Ella lo sabia todo (me lo hizo saber mas tarde). También esa tarde hablamos de todas las cosas feas de la vida y que no valen la pena mencionar para no aburrir ni mancillar mi viaje imaginario al trópico. Mientras me terminaba una taza de café que gentilmente me había ofrecido y encendía mi segundo cigarrillo, ella iba descubriendo algo de la ciudad con mi plática. Parecía que media cada una de mis palabras y hasta escribía en sus notas las que no conocía en español mientras yo me sumergía en la belleza de su encanto, en el movimiento de su pelo bien cuidado, cuando era movido por la brisa que llegaba de la bahía y en alguno de sus descuidos penetraba en su boca a través del humo azul pálido de su cigarrillo cuando lo absorbía. Tenia que hacer un gran esfuerzo para concentrarme en mis explicaciones de cómo se había construido la parte vieja de la ciudad, su belleza me sacaba de mi transito por las galerías de las fortalezas. Casi al final convenimos ser amigos sin decírnoslo. Pienso que fue el momento crucial donde se cerró la magia, fue como un pacto de sangre sin mediar nada que lastimara una relación que empezaba a nacer. Lo demás fue sólo la intención de invitarla al teatro, lo cual agradeció grandemente, no tuvo necesidad de expresarlo con palabras, sus ojos claros hablaron por ella. Cuando iba caminando rumbo al elevador y todavía yo sentado a la mesa, pude ver su cuerpo contoneándose con paso seguro. Entonces fue cuando me dije !coño, que buena esta!
Sí, como no. Le puedo asegurar que fue magia, no crea que porque estoy terminando mi trago le digo mentiras, es que en mi condición de latino por regla general (y no quiero que lo comente para no romper con nuestra cultura machista y no ser llamado flojo). Siempre nos fijamos en cuerpo y luego en el alma, aquí se rompió la formula. Increíblemente me enamore de su alma, de su forma directa y sincera de hablar. De ese halo que tienen las mortales y las hacen ser bellas de espíritu, transformándose en cuerpo de mujer. Además nunca se lo confesé pero me enamore también de su perfume, no de la propia esencia química que se saca de un laboratorio sino de la mezcla artificial del perfume con su savia natural que le daba siempre olor a hembra, a ninfa que sale del mar y deja un sabor a salitre pero dulce a la vez y que sabe tan rico en la boca.
Ah, el mar…casi se me olvidaba. Tan azul, tan suave y violento como ella. Si, ya lo voy enfocando en mi pensamiento pero se ve tan lejos. A veces me gusta compararlo con ella, como te decía anteriormente tan suave y a la vez tan violento. Para mí que es hija de Yemaza, la diosa del mar y a la vez tan maternal porque aunque no tuvimos hijos en común, fue capaz de criar al más chiquito de los míos. Tomo posesión de el y hasta que no lo hizo un hombre hecho y derecho no paro. Ahora vuelo y me siento en la playa tostándome al sol mientras pido otro trago ella sigue allá bañándose en el agua y retozando con las olas que la acarician una y otra vez. ¡Ah caramba! Si te pudiera acariciar. Pero hoy hace veinte anos que moriste y sólo me queda el olor de tu perfume en la memoria, porque el natural se desvaneció en el tiempo. Así que mejor me levanto del sofá y me preparo otra cuba libre mientras espero a que este frío de mierda se vaya.
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