-Abre los ojos.
-No puedo.
-Abre los ojos.
-No quiero.
-¡Venga, joder!. Déjate de juegos. Abre ya los ojos.
-...
-Así, muy bien. ¡Ves!. No pasa nada tonta, estoy aquí contigo.
-Vendrán.
-¿Quiénes vendrán?
-Ellos.
-¡Vaya, volvemos a jugar!, ¿y se puede saber quiénes son ellos?.
-No lo sé. Sólo sé que vendrán.
-Bien, vale, un mal día, lo entiendo. A veces yo también tengo días así, ¿sabes?. Días en que me emparanoyo y me parece ver fantasmas por todos sitios. ¿Te apetece beber algo?.
-No, gracias.
-Pues yo, con tu permiso, creo que me serviré una copita. Estoy hasta las narices del capullo de mi supervisor. Un día de estos, pero prontito, ¿sabes?, lo voy a mandar a la mierda, y con tanta fuerza que no va a poder despegarse de ella. ¡Dios Mío, Carmen, pero si estás temblando!.
-Tengo frío.
-Vale, espera y te traigo algo para abrigarte. Así, ¿estás mejor ahora?.
-Sí, gracias.
-Menos mal que me has llamado, porque desde luego no estás para quedarte sola esta noche.
-Juan.
-Dime.
-Yo no te he llamado.
- ¡Ja!. Vale, vale. Te salió la vena graciosa. Así que tu no me has llamado. Pues francamente, querida, tienes una imitadora que lo hace de cojones. ¿Y se puede saber quién fue la dulce usurpadora?.
-No lo sé, pero te juro que yo no te he llamado.
-A ver, déjame que te toque la frente. ¡Joder!. No me extraña que estés teniendo alucinaciones. Tienes un fiebrón de la hostia. Tú estás para meterte en la cama, pero ya mismo.
-Juan, creo que deberías marcharte.
-Sí, y dejarte en estas condiciones. Ni de coña, ¿me has oído?. Lo siento, pero creo que vas a tener que soportarme toda la noche. Tú te vas a la cama y cuando te duermas yo me acurruco en este sofá, que vaya, tampoco tiene mala pinta. No es el mejor sitio en el que he dormido, pero para esta noche servirá.
-¡La luz!
-Tranquila, joder, tranquila. Sólo se ha ido la luz. No te muevas, que ya me acerco yo a ti. Espera a ver... sí fíjate, fuera está también oscuro. Debe haber sido un apagón en todo el barrio. Los cabrones de la compañía de la luz. ¡Y está la cosa como para pedir compensaciones!.
-¿Dónde estás, Juan, dónde estas?
-Aquí, tranquila, que ya llego. Ya te tengo, uf!, que manos más frías. No te preocupes, lo arreglaran pronto.
-No, han sido ellos, estoy segura. No quieren que los veamos.
-¿Ellos?...¡ah, sí seguro, seguro!. A ver como sigue esa fiebre. Mierda, no te baja. Te traeré una pastilla de la cocina para que te baje la calentura. ¿Tienes velas por aquí cerca?.
-¡No, no te vayas, no me dejes sola!.
-Vale, reina, tranquila. No te dejo. ¡Joder!, me parece que esta va a ser una nochecita muy larga.
-¿Has oído eso?
-¿El qué?
-Ese ruido, como si proviniese del otro extremo del piso.
-Lo único que escucho es el ruido de mis tripas porque hace por lo menos siete...
-¡chssst, calla!. Escucha. ¿No oyes un ruido metálico, cómo el golpeo de un bidón vacío con una lenta cadencia?
-¡Mierda Carmen, serán las tuberías!. Este edificio es más antiguo que la ciudad. Ya te dije que no te metieras en él, pero claro, viste una ganga y de cabeza. Pues escúchame lo que te digo. Como se te terminen de estropear te vas a gastar un huevo en arreglarlas, y ya me contarás entonces donde estuvo la ganga.
-No son ruidos de tuberías.
-Bien, vale, no son las tuberías. Son ellos, ¿a qué sí?
-Eso creo
-Bueno, pues nada, los invitaremos a tomar una copita, mujer. ¡No hay que agobiarse!.
-¡Qué idiota eres!. Es posible que tengas razón. Puede que me está agobiando sin necesidad.
-¡No me lo puedo creer!. ¡Un acceso de lucidez!. ¡Rápido, que traigan un médico, rápido, aún hay esperanza para esta mujer, pero dense prisa!
-Idiota. Anda, dame un trago de tu copa.
-No, espera, te traigo una para ti.
-No, no, sólo un traguito. No me conviene si quiero tomarme algo de medicación para pasar mejor la noche.
-Bueno cabeza hueca, ya no me pondrás excusas para que me quede, ¿Verdad?
-¿Te he dicho alguna vez que eres un encanto?
-No las suficientes, cariño, no las suficientes. Aún no comprendo cómo me has dejado escapar sin tirarme nunca los tejos.
-Supongo que porque dices muchos tacos
-¡Joder!, ¿qué coño quieres decir?. Vale, vale, punto para la señorita.
-De todas formas últimamente estás consiguiendo compensar ese “defectillo”. No andes muy lejos por si acaso.
-¡A sus órdenes, mi capitán!. Te traeré esa pastilla, ¿de acuerdo?
-Gracias.
-Creo que llegaré antes a la cocina si me sueltas la mano.
-¿Qué quieres decir con que te suelte la mano?. Juan, yo no te estoy tocando.
-¿Ah, no?, y entonces se puede saber quién me está...¡joder, deja de apretar!
-¡Dios mío, están aquí!.
-¿Pero que coño...? ¡Ah, mis brazos!, ¡hostia puta, Carmen!, ¿Qué está pasando aquí?.
-¡No, no, no!. ¡Dejadle, soltadle!
-¡Dios, mis piernas, mis piernas. Me están destrozando las piernas!. ¡Ahhhhh, socorro, ayúdame Carmen!.
-¡No, cerraré los ojos. Cerraré los ojos y se irán!
-¡No puedo soportarlo más!, ¡Ayúdame!
-¡Fuera, fuera, fuera!
-¡Socorro, Carmen, ayúdame! ¡Por Dios Santo, ayúdame!
-¡He cerrado los ojos y se marcharan!. ¡Se marcharan!
-¡Aghhhhhhhh!.
-¡Ya se marchan, ya se marchan, lo he conseguido!. Mientras tenga los ojos cerrado no sucederá nada, ¿me oyes Juan?.
-...
-Juan, respóndeme. Por Dios, dime algo.
-...
-¡Lo siento, lo siento, lo siento!. ¡No debí hacerlo, nunca debí abrir los ojos!. ¡Dios, sabía lo que sucedería!. ¡Lo siento, Juan, lo siento!. No volveré a abrir los ojos, no volverán. Nunca más volveré a abrir los ojos, por ninguna razón. ¡NUNCA MÁS!.
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