El viento sopla con fuerza.
Hace diez días que me fui y creo que ya no aguanto más. El sol asoma por la colina, aunque no logro percibir a penas su agradable luz desde lo profundo de este bosque. Las copas tan altas y espesas no me dejan ver las pocas estrellas que deben quedar a esta hora. En la llanura, eran la única fuerza que me guiaba, y ahora se ha desvanecido. Sí, junto con todas las demás al abandonar mi pueblo. Las casas no se mantenían en pie, formaban un horizonte de altiplanos crispados. Y tan solo una figura se movía entre las ruinas, yo.
¿Hay algo más desolador que ver tu tierra muerta?
Empecé a caminar pero no encontré nadie. Ni nada. Mientras recorría los caminos una pregunta inundaba mi conciencia:
¿Seré realmente el último?
No sé adonde ir, nunca he abandonado mi pueblo. Desconozco donde encontrar gente, aunque tampoco espero encontrarla. Esperanza, aquel sentimiento que siempre me había acompañado ya no estaba a mi lado. No he encontrado comida. No quiero morir de hambre, por eso al oír el romper de las olas me metí en el bosque. Y al fin he llegado al acantilado. Algunos búhos que aun permanecían despiertos seguían mi caída con sus enormes ojos.
El viento soplaba con fuerza.