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Era una mañana perezosa, de esas llena de bruma, fría, húmeda, como cada invierno en el levante. En un extraño bostezo, el sol rompía justo en el centro de la bahía, mientras los primeros sonidos, campanas de una iglesia, se expandían libres por el aire, gozosos de su supremacía frente al silencio.
Un día nuevo.
Es una encantadora sensación de novedad, de estreno, como cuando de niño llegaba el curso nuevo, y sus inmaculados libros. El mundo, mi mundo, en una paz alentadora, estaba ahí, delante, quieto, como un pan recién hecho, humeante. Mezcla de aromas: en la mano un café con leche, una tostada, tomate y jamón. A unos metros, el jazmín saluda, y sus flores derraman, generosas.
Un jilguero, debe haber madrugado mucho, entona reiterativo un su canto, parece un juego, escalas rápidas, casi con premura, subiendo para luego caer en picado.
Me sentí pleno, convencido de un futuro inmediato de mayor bonanza. Lleno de un viento aún inexistente, esas velas que todos llevamos dentro, se hinchieron, curvándose orgullosas y arrastrándome el alma. Una sonrisa, se posó en mi boca.
Los ados me habían cuidado en los últimos tiempos, y me sobraban recuerdos hermosos, intensos y dispares, de esos que hacen bailar un corazón.
El recuerdo de una tormenta, desgarrada, de esos rayos que rompían el cielo, ese mar gris, embravecido y pujante. Y luego, esas calmas chicas, con sus rayos de sol cabalgando en descenso, para resbalar sobre la espuma blanca y llegar a besar el casco de esta nave que es nuestra alma.
Pasado. Todo pasado.
Como un marinero veterano, había sobrepasado mi cabo de Buenaesperanza, y luego el de Hornos, regresando por Finisterre.
En apenas dos años, había visitado tantas veces el fin del mundo. También topé en el camino con paraísos, intuidos o conocidos y reiterados.
Y estaba vivo. Con más vida que nunca dentro, saltando, celebrándose. Y mas angurria de mar y de viento.
Volví a sonreír.
Una voz, tierna y nueva, me llamó amante a la cama. Había que regresar, satisfacer al animal herido, calmar también ese ansia.
Dios nos deja como barcos de papel en un inmenso océano. Alguna vez, se nos cierra la noche, y la negrura en las olas se traga las estrellas. Otras, acompañan el viaje unos delfines y alguna sirena.
Siempre andamos ajustando dirección y velas.

Texto agregado el 24-01-2006, y leído por 119 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-01-2006 Me gusta tu estilo. Merecería que hicieras algunos retoques ortográficos. Ninive
24-01-2006 Gran verdad. 5* ASTURIANU
 
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