En las centurias de nudos de hilo
que pueblan a las alfombras voladoras
En las infinitas y densas redes que se entraman desde siempre en un telar
En las vestiduras de Cristo y Moisés y Mahoma y Buda y Krishna por igual
En ti, bendita, que eres la aguja de la cual voy prendado, yo, el hilo que te persigue, que te da vida y honra -por que bien lo sabemos ambos, aguja querida: eres inútil sin mí; menos que inútil eres, obsoleta y peligrosa, y las madres te alejan de sus hijos, y te encierran en cajas como cárceles y las confinan a las lejanas cimas de los placares, para que tu torturante filo no aceche la felicidad ni los gorjeos ni los ronroneos de sus niños-
No puedes decir lo mismo de mí, claro está, por que yo en esta casa he servido a miles de propósitos: me he cocido prensando decenas matambres, he abrazado fajos de revistas y diarios viejos, e incluso una vez me usaron para sostener las aletas del zapato del niño menor mientras le conseguían un nuevo cordón;
¿lo ves?
Mientras yo anudo la vida, tú hieres dedos y te escondes en telares para punzar, embrujar y dormir a princesas.
No te necesito querida aguja, no te necesito… pero ciertamente te amo…
Que escozor dulce me recorre las fibras cuando atravieso tu hendidura; querida aguja, te amo y me amo cuando nos unimos, y me arrastras a través de sitios que jamás habría podido solo; y me anudas, y me das cauce, y siento que hacemos el amor en vez de coser un parche al codo del saco; que hacemos el amor como lo hacen los hombres con las mujeres, como lo hacen los lápices con las hojas, como lo hacen los cubiertos cuando quedan abrigados en la penumbra de algún cerrado cajón. |