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Mordió sus labios con tanta fuerza que aquello no parecía un beso, sino la parodia de un náufrago que se aferra a una tabla. Le mordió los labios no una, sino muchas veces, con tal vehemencia que ella habría de recordar aquél dolor como una antesala de lo que vendría.

Se habían conocido, un año atrás en una fila de funcionarios públicos, ella le pidió prestado su lapicero y él no pudo rehusar llenar su ficha de inscripción. Se vieron nuevamente, por casualidad, en una fila de un banco; entonces ella estuvo segura de que aquella broma filial del destino (no había terminado aún sus cursos de latín), quería indicarle que aquél era el hombre que había estado esperando desde la infancia. Él, un poco más práctico y menos supersticioso, tomaba nota de sus ojos y se decía que era una buena oportunidad para reconciliar su soledad.

Hicieron el amor aquél mismo día en el apartamento de él. Al levantarse al día siguiente tuvieron que conformarse con las raspaduras de un café instantáneo que, de no ser por lo del día anterior hubiera sido el desayuno de él al día siguiente también, así que ella le pidió a su padre dinero para un libro una tarde y le compró comida para un mes. Realmente debió durar ocho o diez días, pero el se había acostumbrado a comer tan poco que ella no hacía mucho gasto en él.

Una mañana sin embargo, el padre de ella le vio entrar con él, de la mano cuando iban a su edificio. En un instante lo vio y adivinó todo, su rabia de padre sólo era superada por el deseo de venganza de su orgullo herido. Minutos más tarde su plan estaba maduro.

De modo que él, diez días después de no verse, fue a buscarla su casa, le mordió los labios sin premura, sin compasión, sin esperanza; mordía sus labios y le besaba, mordía sus labios y derramaba lágrimas sobre su rostro, mordía sus labios como si estuviera haciéndole el amor que nunca volvería a tener lugar en aquél viejo apartamento prestado; aquél departamento sin café desde aquella tarde, en la fila de un banco.

Habían pasado ya tres semanas sin verle. No había vuelto a saber de él y tenía la certeza de que nunca volvería a tener noticia, pues la ira de su padre era aún más fuerte que su fe.

Tres semanas justas, pues, habían transcurrido desde aquél simulacro de último beso y su salud, la de ella, decaía día por día. Frecuentes los mareos, las náuseas, las ganas de no estar. Preocupado, su padre le envió con el doctor y éste le dio la gran noticia:

-Felicidades, su hija está embarazada.
-Embarazada?
-Si, de tres semanas.

Sólo entonces ella, mirando la fría tarde que oscurecía afuera, pudo comprender las últimas palabras que él le había dicho, aquellas que pronunció sólo un instante después de morder sus labios:

-No te preocupes... ahora estaré contigo... siempre...

Texto agregado el 24-01-2006, y leído por 1249 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
11-12-2009 Una narración fenomenal, con un final hermoso, se diluyo en segundos tu historia en mi lectura********** gabosoli
24-06-2009 Tu prosa tiene vestigios del poeta :). Eso me gusta. fulana
02-02-2009 Creo que lo mejor es el cuento en si, pero el final me parece inapropiado, se lo trata a él como a un adivino o algo parecido, y creo que no queda bien. Una opinion, con respeto. Saludos. **** Minickesnick
17-05-2008 Buen final, buena descripción, buenos adornos poéticos... bueno jeromejias
30-06-2007 Maravilloso escrito, me encanta la forma en que te expresas, me identifico contigo por que yo escribo similar... Muy buen escrito... Marcela aaaaaaaamanzanita_enven enada
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