Sólo logro distinguir unos zapatos, lo juro.
Unos zapatos que caminan por una especie de prado blanco. Un blanco color papel. Son solo dos zapatos que van en todas las direcciones como si estuviesen tratando de demostrarle algo a alguien. Van caminando a la vez que se muestran a los ojos de quien les mira. Van hacia delante, luego hacia atrás, derecha, izquierda... y, de repente, se paran. Aparecen dos manos. En ese momento dos manos comienzan a desatar los cordones del zapato derecho primero, y del izquierdo después. Ya han desatado los cordones de ambos zapatos. Los aflojan, y se descalzan.
Desaparecen los zapatos, y entonces mueren. Llegados a este punto no puedo avanzar ni retroceder porque ya todo se ha quedado vacío. Nada existe, porque lo único que existía eran unos zapatos que tras caminar en diversas direcciones se han descalzado.
No hay nada salvo el prado blanco. No puedo caminar. Sólo puedo ver y presiento una extraña sensación. Presiento que existo, pero no logro actuar. No puedo avanzar. Está prohibido. Un zapato que se descalza es un zapato que se suicida.
Luego suena el despertador y resulta que es jueves. Es jueves y no hay que olvidar que los jueves hay que sacar la basura. Después vendrá un café con leche, sin azúcar.
Tal vez el problema sea que no hay problema. Nos dan una mente para pensar y luego nos ponen en una vida que se acaba. Una vida con calendario. Para que no sea tan dura nos dan fiesta los domingos. El día empieza a las seis y acaba a las doce.
En verano, quien más y quien menos, tiene un mes libre. Pero luego llega el invierno y el otoño. Y después, la cafetera te dice que el café está listo. Cojo una taza, la lleno hasta la mitad, pongo leche, y me siento junto a la ventana, más que nada por el sol que entra de lado y que calienta sin llegar a ser pegajoso. Se ven coches. Algo debe de querer decir todo esto. Debe de haber algún significado en esa tierna anciana que dobla la esquina justamente ahora y no dentro de diez segundos. Tiene que significar algo, seguro. Sí, porque al cruzar ahora ha visto como una mujer joven camina en dirección contraria con dos bolsas en la mano, y claro, ha sentido algo muy determinado, igual que la mujer joven sintió quizá un escalofrío o un sentimiento empático.
Se siente algo cuando alguien te mira, cuando el viento te roza, o cuando un gato pasa, o cuando es lunes, y así todo erosiona, y todo cambia, y ahora el café ya está demasiado frío como para terminármelo, hay que tirarlo por el fregadero.
Se ha enfriado como se me enfría la vida después de estar un rato mirando por esta jodida ventana.
Pero la vida no es mala. No es ni buena ni mala. La vida es similar a un tendedero, donde cada uno tiende su ropa; entendiéndose por ropa la ultima fiesta del sábado y el nuevo trabajo temporal, y las fotos del verano, y las sonrisas cómplices, y los planes de futuro, y los proyectos que nunca dejan de ser proyectos, y tú que me has llamado ahora, y el mundo donde nos hablamos y a veces pedimos socorro.
El problema es cuando uno quiere una solución. ¿Una solución para qué? ¿Para la vida? La vida no ha pedido que nadie le solucione nada. Es mejor dejarla tranquila.
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