EL SEGUNDO HIJO DE DIOS
—Yo que he muerto para redimir los pecados del hombre ¿Cómo es posible que mi Padre me traicione? Y sabe que mi Papá como excusa me dijo lo siguiente:
“La primera vez que te mandé fue un fracaso total. El mundo sigue igual, hijo mío. Tu sufrimiento fue en vano. Por eso, he decidido tener otro hijo. Y esta vez me ocuparé de que todo salga bien, se criará aquí en el cielo y cuando sea preciso bajará a la tierra para salvar a mis criaturas”.
—Jesús, ya hemos tratado muchas veces el trauma del hijo único. Deberías ya tener el tema solucionado. En las anteriores sesiones te dije claramente que los hijos únicos no deben querer que el mundo gire alrededor suyo, los padres necesitan de la variedad. Si tu Padre cree necesario tener otro hijo para sus fines gloriosos, tú deberías alegrarte.
—Lo sé, doctor, pero es superior a mí. ¿Qué van a decir los evangelios? ¿La historia? Todo se basa en el hijo único de Dios. Los hombres tendrán que aprenderse de nuevo La Biblia. Será un caos de religión y no digamos de los gastos que supondrá cambiarlo todo.
—Vamos, Jesús, cálmate. Tú seguirás siendo el hijo. El primogénito, eso nunca se olvida. Tienes que recibir con alegría a tu hermano, ayudándole en lo que buenamente puedas. Es tu deber como hijo.
—¡Mi deber! Ya estoy cansado de ser siempre el hijo bueno y obediente. ¿No sufrí ya bastante en la cruz? Fui obediente y con resignación recibí tormento, traición. ¿Qué más me pide mi Padre? Ahora me quiere relegar a un segundo lugar.
—Eso lo tienes que superar. ¿Qué más dan los números si tu Padre te quiere? ¿No es más el amor que el lugar en la familia?
—Sí. Puede ser, doctor, pero estoy muy dolido, desengañado. Este tormento es más doloroso que mi vida entre los hombres, no sé si podré superarlo.
—Lo lograrás, tienes que creer en ti, en tus posibilidades. Tu Padre lo tiene todo planeado, y tu lugar nunca podrá ser remplazado por nadie. Los hijos son, a los ojos de los padres, únicos en sí mismos e intransferibles.
—Usted dirá lo que quiera, doctor, pero ya veo los cambios. Mi Padre ya no me habla como antes, lo sé, lo noto en su forma de dirigirse a mí. Busca sus palabras con más delicadeza. ¡Como si tuviera que esforzarse para hablar conmigo! Y mi Madre también sufre. ¡Sí, doctor, la Virgen María llora desconsoladamente! Sabe que su sitio tambalea. ¿Sabía usted que buscan a una nueva Virgen para bendecir su vientre? Nuevos cambios se avecinan en el paraíso, y yo soy uno de los perjudicados.
—Tu tiempo por hoy se acabó, mañana será otro día. Espero verte a la misma hora.
—¡Madre! ¡Madre! ¿Dime qué te pasa? ¿Por qué lloras?
—Ya lo sabes, hijo mío... Tu Padre, ya viejo, chochea... No se conformó con tu sacrificio y dice que tiene que intentarlo de nuevo.
—Ya lo sé, madre, me lo dijo. Quiere tener otro hijo, pero, no contento con eso, también busca a otra virgen.
—¡No me lo recuerdes! Que me entran temblores nada más pensarlo. ¡¡Pero qué desgraciada soy!! ¿No me comporté como una buena madre para ti? ¿No sufrí tu tormento con resignación? No pregunté ni me quejé lo más mínimo ante tu Padre
—Todo eso es verdad, Madre, pero por lo visto no es bastante.
—¿Qué será de nosotros, hijo mío? ¿Me seguirán llamando la Virgen Inmaculada? ¿Y tú, te seguirán llamando el Hijo, seguiremos perteneciendo a la santísima trinidad, en lugar de tres seremos cuatro?
—¡¡Espera madre, creo que tengo una solución!!
—Dime...Jesús.
—¿Si no encuentra a ninguna virgen que anunciar, no podrá tener otro hijo, verdad?
—Ahora que lo dices... Tienes razón. ¡Bribón, canalla, te las sabes todas!
—¿Y no me digas quién se va a encargar de no dejar una sola virgen en todo el paraíso?
—Mama, por favor, la duda ofende. De algo me tienen que servir mis 33 años en la tierra.
FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.
Todas las obras están registradas.
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