I
A veces tengo la sensación de que cuando conversamos, dejamos de ser nosotros, y que por un instante somos yo, o en el mejor de los casos, somos tú. Es decir: somos una cuarta persona, porque el nosotros y el vosotros salen sobrando en un momento donde no hay a quien atribuirle el verbo.
Salimos del vaivén del yo-yo y el tú-tu, para conectarnos fija y profundamente verdinegros, inexplicablemente azul-marino-blanco-trigo-colorados en un contacto oceánico, que solamente se interrumpe con la aparición de algún pensamiento o recuerdo imprudente que ha perdido la noción de sus funciones. Advierto así que los pensamientos y los recuerdos no pueden pensarse y recordarse a sí mismos. De ser así, sabrían que estos son asuntos que hay que dejar en manos de los rubores y el suspiro.
II
La belleza siempre ajena, difusa e incontenible, encuentra un sin fin de formas para cristalizarse: la pisada dulce y desnuda en la grama de la infancia, las formas danzantes del humo de un cigarrillo o los diseños que en el aire traza una mosca atrapada en alguna habitación. Pobrecilla, al igual que tu y yo, mon torche dans la nuit, está condenada a no entender que lo que busca no está afuera (cuantos golpes buscándola a través de mis cristales, ignaro de que nunca se encontró en mis ojos sino en la forma de mirarte. Existes “pour rendre hommage au cygne”, pero nunca lo supe, ¿cómo podría?, pensaba que tu andar y el mío eran simplemente el resultado de poner un pie frente al otro).
Estamos lejanos aún a encontrarnos-la. No lo sé, habría que conversar de nuevo y hacerlo en cuarta persona. Ya sabes, mon cygne, que la primera, la segunda, y aún más la tercera, son personas que no comprenden de estos asuntos. Saben solamente de velocidades formula uno, de encuentros a las mil quinientas horas, de amores y caricias de compraventa. Aborrecen la lentitud de quien admira con humildad la dulzura de tu andar, la suavidad de tu presencia y los diseños trazados por alguna mosca ignorante. Sabemos, por suerte, que siempre existirá la posibilidad de un súbito y lento verdinegro, silencioso hasta el zumbido del espacio que otorga el ruido para el cuatrifocalizado bicolor. |