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Inicio / Cuenteros Locales / Birrico_Bellaco / Génesis de Leviatán: historia no oficial

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Despuntaba un amanecer violáceo que reverberaba en la fina espuma del río y en las melenas plateadas de los ancianos, encargados del bautismo, del ritual ancestral.

El rostro del niño era sumergido una vez más en las aguas violetas y luego era alzado en brazos hacia el cielo, como una ofrenda. Se pronunciaron las palabras obligadas, se mezclaron las sustancias fundamentales que luego habrían de recorrer la frente virgen del niño y, todo esto, acompañado con suaves ademanes simbólicos que los monjes dibujaron en la brisa matinal. Nada faltó, ni los pequeños brazaletes de verdolaga que las jóvenes trenzaron con delicadeza, ni los vahos de vainilla fermentada que perfumaron los primeros suspiros del niño. Así amanecía ese abril, así llegaba Jonas a los brazos del pueblo Azkaní y a los de este mundo primitivo y pre-humano.

La ceremonia hubo de terminar a orillas del Eufrates, que desiertas iban quedando a medida que los Azkanitas se retiraban a paso lento, formando una columna irregular encabezada por hombres con tules azules, mientras, detrás, las mujeres de blancos vestidos cargaban la cuna del recién nacido. El sol, ya maduro, rebeló un aire diáfano y un horizonte nítido, un camino rocoso y un desfiladero de arena compacta por donde se encaminaba la columna de Azkanitas. Se dirigían al caserío, al cual no tardarían más de media hora en llegar.
Los minutos se esfumaban en paz, un instrumento de cuerdas sin nombre y otro de viento a modo de flauta curvada al cielo, le daban la bienvenida a Jonas, con melodías tan antiquísimas y protocolares como el bautismo ribereño que acababa de concluir.

La caravana albiazul continuaba surcando el desfiladero caprichoso y sinuoso, la melodía en cambio se elevaba libre hacia los montes rocosos; fue entonces cuando, ya avistando casi las primeras chozas del caserío, hubo de desatarse en el frente de la fila, un murmullo entre los hombres que luego recorrió todos los oídos hasta atrás, mas tarde esto se convirtió en una ensalada de palabras ininteligibles y, finalmente, si bien gran parte de los celebrantes no lograba captar mensaje alguno, se comprendió que algo debía ocurrir allá adelante porque ya nadie avanzaba, se detuvo la marcha. El aire seguía arrastrando silabas, gritos y palabras inconexas, hubo de transcurrir un buen tiempo para que finalmente todos supieran que un grupo de Hierofantes de hábitos negros, provenientes de quien sabe que tierras o de que épocas, bloqueaban el estrecho camino hacia la comarca. Eran cinco cuerpos altos, tan negros sus ropajes que la fulguración solar parecía atenuarse a su alrededor, tan enigmáticas sus presencias que hubo un silencio Azkaní que denotaba una especie de terror callado por una sorpresa extasiante.

Hubo de adelantarse uno de ellos, el portavoz, el del amuleto cobrizo, el de barba mas larga y tupida, dio unos pasos delicados hacia la multitud (algunos aseguraban que se desplazó en el aire a centímetros del suelo; como sea, lo cierto es que su largo vestido azabache impedía distinguir este detalle, ya que cubría su cuerpo por completo hasta los pies y mas allá); finalmente agitó sus manos entre los negros pliegues, hizo una seña que nadie entendió y luego habló:

- Nosotros, los Hierofantes Negros, reclamamos al recién llegado, nos pertenece.

Hubo un silencio desconcertante, apenas interrumpido por ráfagas eólicas que rugían entre las rocas hirvientes. No tardó en presentarse Shomé, el más anciano de los Azkanitas, que tomó la palabra y contestó:

- Nosotros, el pueblo Azkaní, encarnación de lo sublime, de lo bello y lo de sano, del cielo y de todo lo bondadoso que habite la faz de la tierra, hemos engendrado a Jonas y, pues, nadie ha de reclamarlo para sí, nadie mas que nosotros, los Azkanitas.

La respuesta hierofántica no se hizo esperar:

- Jonas es nuestro, su esencia atroz así lo devela. Hoy, los resplandores boreales y las caprichosas formas acuáticas del Eufrates nos revelaron su llegada. Un niño de ojos violáceos y espíritu maligno, encarnación de lo subterráneo del alma, némesis de los Azkanitas: un Hierofante Oscuro.

El desconcierto no abandonaba los rostros azkanitas. El calor seguía abrasando las rocas y desprendía de éstas unos vapores invisibles que distorsionaban las figuras presentes.

Shomé, el anciano, ordenó traer la cuna del niño. Cuando la cuna hubo de llegar al frente de la fila, Shomé y el Hierofante examinaron largo rato al niño. Lo inspeccionaron con atención y sabiduría milenaria, le untaron aceites volátiles en la frente que luego despidieron unos vapores irreales, lo observaron y le sondearon el fondo del alma, no dejaron de escudriñar ni lo corpóreo y ni lo etéreo. Fueron sus ojos lo más elocuente.
Shomé, el Azkanita, observó al Hierofante con una mirada de desconcierto, luego su rostro se reconfiguró y expresó un gesto de comprensión y a la vez de una complicidad sabia que denotaba que, tanto él como el Hierofante, habían llegado a la misma conclusión. Shomé habló a su pueblo:

- Azkanitas, pueblo celestial y del bien: el niño que hoy recibiésemos como un presente del mismo cielo ha de tener una esencia impura, un espíritu que es mitad amor y mitad odio, un alma oscura y negra cohabitando con luces infinitas y fuegos fatuos, un ser que en si mismo concentra lo azkaní y lo hierofántico, un verdadero híbrido impensado, nunca visto hasta ahora sobre la faz de la tierra.

Las cabezas Azkanítas giraban desesperadas buscándose entre sí, un murmullo abrumador anegó el desfiladero.
En tanto, el Hierofante había asentido cada palabra que el anciano Shomé había pronunciado, luego su amuleto cobrizo destelló de un modo irreal, casi onírico, mientras acariciando su barba albina comunicó a los presentes con voz hierofántica:

- Mitología y realidad hoy se confunden a orillas del Eufrates. Este ser híbrido que las antiguas escrituras describieran como un “alma contrariada, habitada por ángeles y demonios en eterna lucha” finalmente se ha corporalizado, se ha manifestado más allá de los sueños y de los mitos, para saborear la sal y el pan terrenal: el “Ser Humano” ha nacido.

El Ser Humano era, hasta entonces, solo un mito que las mentes mas audaces y creativas se habían atrevido a imaginar. Pero allí estaba, con sus ojos sedientos de vida y de tierra.
Fue transmitiéndose por generaciones que, Jonas, el primer ser humano, hubo de dejar mucha descendencia.

Los años transcurrieron... luego las centurias.

A nadie sorprendió cuando los descendientes humanos, los Jonitas, hubieron de desatar guerras genocidas interminables que mediante tremendas conflagraciones aniquilaron hasta el último de los Azkanítas y de los Hierofantes.
Tampoco nadie hubo de escandalizarse cuando el homicidio comenzó a diezmar a los mismos seres humanos, ni cuando asesinaron bestialmente a un tal Jesus de Nazareth.

Nunca aceptaron los Jonitas semejante dualidad de su alma, semejante caos interior.
Intentaron, sin éxito, extirpar quirúrgicamente su mitad hierofántica, también incursionaron en rituales mágicos ancestrales que habían de purgarlos de toda tragedia, de toda su endiablada esencia hierofántica, sin embargo, todo esto fue en vano.

Tal fue su rechazo hacia su mitad hierofántica y su impotencia al no poder aniquilarla, que terminaron por ocultarla a la propia razón, la negaron, y lo hicieron tan neciamente que vivieron totalmente convencidos de que los Jonitas eran todo lo virtuoso que una vez hubieron de encarnar los Azkanitas.

Y así vivían: cuando los Jonitas colaboraban y convivían en paz y fraternidad, se llamaban a si mismos “Seres Humanos” ó “Ángeles Celestiales”; en cambio, cuando asesinaban, combatían y aniquilaban, se consideraban victimas poseídas por entes usurpadores, demoníacos, hierofánticos.

La virtud era Jonita, humana; la tragedia subterránea y sobrehumana.

Negaron tanto su lado oscuro que necesitaron materializarlo, conceptualizarlo y nombrarlo: Mefistófeles, Leviatán o Demonio. Así resultaba más fácil convivir con sus naturalezas contradictorias y expiar sus culpas: pues ahora, alguien era responsable y culpable de la sordidez universal (y no eran precisamente los Jonitas).

Sea esta historia el “principio no oficial de la humanidad” o simplemente una fantasía, lo mismo da, ya es pasado.

Hoy, los Jonitas miran al futuro incierto y se preguntan con ciega y obstinada necedad:

“¿Hemos alguna vez de autoaniquilarnos, de extinguirnos bajo el calor de nuestras propias armas? ¿Sería Leviatán capaz de todo eso?

- F I N -

Texto agregado el 22-01-2006, y leído por 564 visitantes. (0 votos)


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