Un día, a eso de la media mañana y en forma imprevista, se presentó en el umbral del patio casero una mujer desconocida; más bien era una "Nt'hùng" ó "Nt'hòi", que quiere decir, doncella o virgen.
Era esta una india elegante, atractiva, con encanto, gracia y hechizo propios; no parecía entrada en años, pero sí de mucha experiencia y sabiduría; probablemente era de otra tribu, a pesar de que tenía rasgos y visos semejantes a las mujeres Mazamas, la tribu de Guá'mân'hú; la recién llegada conservaba sin embargo, un garbo y donosura radiante, ondulaba las cejas con encanto y respiraba confianza y respeto; jovialmente agradable a la vista denotaba a cada paso su buen parecer y compostura. Era dueña de sí misma en cada movimiento.
La llegada de aquella moza extraña, distinguida y hermosa, llena de ser emanante, hizo olvidar casi por encanto el drama de Guá'mân'hú, pues no había logrado hasta entonces y en ningún momento, dejar de pensar en su amado Ba'katàu'go'huó, creyendo estaba en medio de peligros inciertos.
Acabando de arribar la desconocida hasta la plantación rosaleda, observó curiosa aquel elíseo vergel sonriente pletórico de luz, color y vida, dueño de una lozanía y frescura admirables; encontró que era ameno y fascinante el emperifollamiento, recreativo e incitante el olor divagante; halló insuperables los vestidos holgados y henchidos de tonos coloridos, como madrigales florecidos, todo conforme a las máximas canónicas de las ciencias vegetales encantadoras, odorantes y balsámicas.
Ornaban los capullos crecidos muñones de renuevos o botones como ombligos que dejaban apenas su envoltura; sus tonalidades y matices coloreados dibujaban una página jaspeada de poesía inaugural, ofreciendo obras de arte en cada rincón o puesto con ingeniosa perspectiva y fondo. Tejía el sol con sus reflejos melodías de esplendor afinado y cuadros cambiantes de oro cromado en medio de aquella naturaleza invicta cincelada a fuerza de luz y de vida. Se encontraban tonillos cerúleos índigos y amatistas, hasta los rojos y subidos tropicales, así como los dejos de áuricos y esmaltados fulgores regios. Tallos como tornillos entre el verdor y la madurez se convertían en expresión de tierra y elevación moderada y tranquila hacia el reino más perfecto de la biología. Todo allí cumplía una función perifónica y rutilante que con gusto propagaban exuberantes perfumes rezumantes, absorbidos por espirales de incienso que los elevaba sin rumbo a través del empíreo y extenso firmamento, todo el cual cubría como tienda aquel apacible punto favorecido del planeta.
Ante este jardín paradisíaco mostró admiración limada a la vez que talante conocedor y educado la visitante distinguida. Permaneció por unos instantes como en éxtasis ante aquella magnificencia y perfección, encomiando sobre todo el modo y disposición del cultivo horticultor; no escatimó majas palabras ni halagos encomiables ante el despliegue de tan prolija y variada especie botánica, el detalle, cuidado y esmero que podía apreciarse se había ocupado de todo y resaltaba a cada paso según se recorría aquella holgura edílica, engastada de bellezas naturales. Luego, todavía sin presentarse, diferenciando su acento y dirigiéndose a la princesa, en modo directo, pero en forma comedida e inteligible, dijo:
—"Cierto, grande señora, vuestro jardín es único, galano, agradable y bello. Empero, sumergida aquí en el paradigma de la perfección, encanto y finura de la naturaleza prisionera, acabará su vida siendo un espejo melancólico que reproducirá sólo estampas de tinte y rosa, pero no de acción, vida y compromiso. Usted, viviendo en la abundancia del placer y del tener, del ritmo de la belleza y filigrana ornamental del buen gusto, terminará por convertirse en diosa de usted misma. La belleza, que posee, evoca y admira, no es de Ud., se la regaló la naturaleza; como a estas flores que cultiva…
“Sea, pues, capaz de redonar, ceder y traspasar aquello que recibió como cualidad y como fuerza. Las mujeres, ante todo deben ser inspiradoras, pero también airosas, fuertes y valientes. Descubra el “tercer ojo”, el único capaz de hacer ver la ausencia de la felicidad en Ud., y los demás. El día que lo descubra, el amanecer que sea capaz de rescindir la vista en un sólo sentido, hasta entonces su jardín, su vida, matrimonio y hasta sus sueños, serán perfectos".
Dicho esto, la indígena Nt'hòi, que se había hecho visible con su rostro y su talante gracioso desapareció como por encanto, así como había llegado, sin producir rastro alguno de monte o vereda; se pudo apreciar tan sólo un ligero y sobado vientecillo que detectó el movimiento de su falda con tejidos de esterlín, en unas briznas de pasto seco, las cuales con su meneo elevaron un vago remolino que trazó espirales con una pizca de polvo suelto. Parecía que había volado.
Aquellas palabras quedaron grabadas en la mente de Guá'mân'hú, y fueron suficientes para despertar un deseo intenso de buscar el fundamento y la realidad esencial que la hacía identificarse como mujer; es decir, de llegar a ser una Maà, una «Mamá», según el concepto original de la mujer que tenía su tribu: una herida palpitante, que como corriente de sol y de vida pudiera ser resplandor de amistad, regocijo y germinación de maravillas y encanto de perfección y luz concreta para muchos.
Desde entonces, la doncella entusiasta llegó al olvidarse hasta de su propio esposo, recobrando la fe en que era un hombre inteligente y arrojado, que no pocas veces había mostrado su madera de hazañoso dejando romos a todos los más despuntados de aquellas tribus y sus contornos. Y, firme en su afán de conocer más, no dejó un solo día de regresar a su jardín, esperando volver a ver aquella india morena, agraciada, bella y extraña, que había sembrado en su alma la semilla del anhelo, la sed y el hambre de llegar a la cumbre de su misterio como mujer. Venían ansias de querer volar. Y deseaba ver con tanta insistencia a la indígena Nt'hòi, que no le importó que la juzgaran loca, cuando llamaba a la matrona que apareció espontánea, para que aclarase el enigma que había despertado tanta inquietud en ella.
Finalmente, su perseverancia la recompensó, pues un día de silenciosa calma, cuando allá a lo lejos, descendiendo de entre las montañas se dibujaba la sombra y tropel de los cazadores perdidos, los cuales impacientes hostigaban una manada de cuadrúpedos fieros con astas florecidas, y donde venía satisfecho Ba'katàu'go'huó, el esposo de Guá'mân'hú , saludado por numerosos habitantes indígenas, que aplaudían eufóricos la batida formidable de aquella montería; justo en aquel momento, en el jardín de su casa, imprevistamente se presentó de nuevo la hembra enigmática en medio del jardín floreciente.
Corría, mientras tanto el pueblo entero, hombres, mujeres y niños al encuentro de sus héroes, que alegres y triunfantes regresaban con su botín de caza, luego de varios días que los creían perdidos. Era una verdadera romería, formada por todo el pueblo: unos llevaban agua en jícaras, otros frutas y otras comidas para ofrecer a los triunfadores e invencibles mazamos, quienes gozosos sacrificaban su tiempo, valor y esfuerzo por el bien de toda la tribu.
Guá'mân'hú, en modo sorprendente, no dio un paso ni se precipitó al encuentro de su marido, pues la oprimía en el pecho una inquietante pregunta que lanzó presurosa a la interlocutora en cuanto la tuvo a su alcance: —¿Qué es lo que a mí me falta en la vida para sembrar entusiasmo y alegría, fe y amor en todo lo que hago? ¿Qué debo hacer para poder ser realmente mujer y cumplir la alta misión que me dio nuestro hacedor Ko'guèn?
La indígena desconocida, le dijo entonces, sonriente: —"Aquello que a ti te falta es la chispa que une al manantial del esplendor y de la luz. Lo que falta a tu jardín, a tu vida y a tus sueños es encontrar la fuente de la felicidad que genere el verdor en todas las épocas y estaciones de la vida. Aquello que necesitas es la música que puede dulcificar y armonizar tu alianza, compromiso y tarea que tienes con el mundo, con toda vida y con el tiempo". Busca el tercer ojo. Para lograrlo, debes ponerte en camino, sin caminar; lo encontrarás a tres veces siete días de viaje de aquí, en el país del silencio. Pero, advierte que si buscas estas cosas, debes desear sin deseo, y si lo encuentres vivir como si no tomaras posesión suya.
El tercer ojo, es la visión total, o la conquista justa que debes alcanzar de la realidad".
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