Colectivos
Oscar Ferrari y los choferes malditos:
No es muy difundida aquella leyenda que pregona el enigmático y terrible carácter, a la vez de maldito, de los choferes de colectivos. Apenas algunas viejas de barrio, los muchachitos acróbatas del Once y ciertos círculos eruditos no desconocen el halo espectral que rodea esta ocupación.
Se ha divulgado largamente la presunción de que el “66” fue la primera línea de bondis existente en Buenos Aires. De ahí se desprende que todas las posteriores indefectiblemente heredaran las inusuales características de la primigenia. Nadie ha podido otorgar jamás prueba veraz de semejante certidumbre; Oscar Ferrari- jubilado conductor de tranvías- quien tuvo un paso fugaz por el mítico “66”, ha repetido incansablemente haber descubierto a Lucifer vestido de guarda en la penúltima parada: a los que carecían de boleto, les daba un prominente cachetazo. Aún peor suerte corrían los desquiciados que pagaban de menos: eran revoleados por la ventanilla y siempre, sin salvedad, recaían en el pozo ciego de la calle Vernacruz.
Costumbres:
Ciertas actitudes de los conductores son prueba irrefutable de la demoníaca malicia que pesa sobre sus espíritus: su afán por mirarle el trasero a las señoritas hermosas, al tiempo que, al entregarles el boleto, les aprietan el dedo gordo en señal de eterna condena- saben de antemano que jamás podrán acostarse con ellas en vida, de este modo, las aguardan en el infierno. Deberá aclararse que está reprochable conducta se ha visto extinguida con los nuevos equipamientos: léase aparatos dispensadores de boletos.
Las horrendas maldiciones, acompañadas por estruendosos resoplidos, que arrojan a los estudiantes que demoran en buscar sus monedas y las calcomanías del club Atlético Independiente adornando las ventanillas del fondo- denotando asimismo su notabilísimo amargismo futbolero- son otros ejemplos dignos de elucidar.
Este investigador, por otra parte, se ha tropezado infinitas veces con el alarido de “ ¡Más al fondo que hay lugar!” lo que demuestra que no hay lugar en absoluto, y uno deberá arrojarse por la puertita o caer por el agujero que aguarda a los incautos en la hilera final de asientos.
Se afirma además que en la madrugada de los días viernes, con preferencia en época veraniega, los choferes tienen por costumbre disfrazarse de fantasmas y salir en busca de los niños que hayan arrojado bombitas de agua sobre su transporte. Los obligan a limpiar con la lengua las llantas más sucias y a frotar el corredor de goma hasta el amanecer.
Por esta razón, los tiradores de bombitas son cada vez más escasos.
Otros, declinando este divertido y espectral pasatiempo, adhiriéndose al advenimiento del nuevo siglo, pasan eternas horas jugando al Carmageddon, cumpliendo así la larga fantasía mientras atropellan al mayor número posible de transeúntes. Gustavo Perez Jerque- Matancero de 61 años- presumía de tener el record mundial en la especialidad: 138.895.231 sujetos molidos por su brutal paragolpes.
Perez Jerque murió en el ’91 atropellado por un camión que dispensaba leche la Serenísima.
Infinitas Maldades:
Es consabida la perversa acción del asiento catorce del “55”, destinado exclusivamente a las
morochas de ojos verdes: este posee un sinnúmero de asquerosos chicles pegados los cuales no saldrán de por vida de sus faldas.
También existe una peculiar maquina expendedora de boletos que arroja papelitos con la fecha del día anterior. De este modo, al percatarse el guarda- y a pesar de nuestras más sufridas suplicas- este nos agarrara del cogote, mientras nos otorga patadas en el traste, gritando a viva voz con fin que todos condenen nuestra grotesca infamia.
Ciertos individuos que conducen colectivos presentan dispositivos capaces de leer nuestras mentes. Así estos pelafustanes, cuando reconocen que uno de nosotros necesita de modo imperioso llegar a su particular locación- ya sea para ver a nuestra novia que nos espera hacia unas horas, alcanzar la última función de “Duro de matar 4” o, incluso, ir a vagabundear por la Costanera Norte- demoran la velocidad, llegando al limite de la burla y la maldad inclusive deteniéndose a comprar bizcochos dulces y cigarrillos.
Enigmas sin resolver:
Uno de los misterios más terribles de la city porteña es el horario de frecuencia de la línea 74: se dice que pasa cada 37,6 minutos. Nadie ha podido nunca comprobarlo.
Algunos afirman que Roberto Sánchez maneja un bondi de la línea 102 todos los martes de luna menguante. Algunas mujeres maduras lo saben, y suelen esconderse debajo de la palanca de cambios para acariciarle las piernas de vez en cuando.
Algo peculiar se comenta de Cacho Castaña: en sus noches de insomnio suele lavar la grasa de los caños de escape en la estación a la vuelta de su departamento. Un solo hombre cuerdo lo ha visto, pero debió guardar silencio eterno ante la amenaza de oír de modo perenne las melodiosas cadencias milongueras de Cachito.
Por lo demás nadie ha llegado con vida a la estación del expreso Platense: se cree que todos se mueren de tristeza por lo que han dejado atrás y tampoco perciben quien los espera en su devenir.
Se afirma también que algunos apoyamanos son colocados a mayor altura de la necesaria, con el fin de que los petisos se den un porrazo terrible ante las imprevistas frenadas.
En el canal de cable “Infinito” se ha producido un envio que desenmascara a las cuarentonas que reprochan el deficiente traslado de los coches: “No somos ganado” vociferan las mujeres, quienes en verdad no son otras que las esposas de los conductores.
Testimonios:
Pedro Giles, habitual viajante del 86, afirma haber tomado decenas de veces un coche que jamás culmina su recorrido. Ha sido tildado de mentiroso, atorrante, leguleyero, y para colmo de estúpido.
El mismo Pedro Giles, dictamina en su libro incompleto: “Penurias al lado de la ventanilla” que existe un chofer de anteojos anaranjados, aritos y camiseta a rayas, que deambula por la ciudad abandonando a los pasajeros en el exacto lugar antagónico al cual desean llegar.
Se dice que Giles no ha culminado su obra ya que aún pretende el regreso a casa.
Sin comentarios:
Existe todavía una demostración que posibilita conocer más a fondo la realidad que se nos oculta: las charlas entre colectiveros. Ha continuación me abogare a la transcripción de una peculiar ejemplificación, oída de modo clandestino un jueves de octubre.
- ¿Sabes que es lo peor de la primavera?- afirma el conductor al que estaba sentado en la primera fila, con la camisa celeste abierta, dejando entrever el oscuro vello de los pectorales.
- A ver, te escucho- retruca.
- Las minitas salen con minifalda, tops que le marcan las tetas, las pendejas salidas de la secundaria, perfumaditas negro ¡Perfumaditas! ¿Lo podes creer negro querido? Y vos te queres morir. Llegas a casa y te espera tu mujer con el olor al aceite de las milanesas, la uña del dedo gordo encarnada, y el delantal todo mugriento. ¡Estamos perdidos negro! ¡Te juro que no soporto más!
Verdades:
Existe un macabro colectivo que a quienes osen ubicarse en los asientos dobles, les refriega durante todo el trayecto los amores que han dejado atrás, dilucidando, aún más hermosas que en el pasado, la silueta de sus amantes.
Se ha dicho que la gente prefiere los asientos individuales ante la inconmensurable ola de soledad que agobia al planeta: nadie quiere saber nada con nadie, y el final se advierte a la vuelta de la próxima esquina.
No hay un solo sujeto que no recuerde con nostalgia los boletitos amarillos y fucsias de la línea 87.
Nadie ha leído jamás una novela de Sthendal en el bondi.
Los boletos capicúas no existen. Nadie ha visto jamás uno.
Manuel Disloco se ha pasado las 9 horas de su jornada, los 6 días a la semana, todos los meses durante 21 años, oyendo el mismo disco de Sinatra.
Todos alguna vez no le hemos dejado el asiento a una vieja con cara de antipática.
Una mujer hermosa se oculta en la tarima sucia que comienza con la hilera de asientos del fondo: a la medianoche, el chofer se seca el sudor de la cara con una toallita a cuadros y deja en libertad a su querida. Hacen el amor durante horas y luego se despiden hasta el día siguiente.
Consejo:
Empecemos a creer que existe algo mágico en los colectivos, de otro modo, toda esta obra parecerá una tremenda e inútil mentira.
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