DE TRES ABERRACIONES, LA TERCERA.
Siempre me han gustado las mujeres. Las veo, tan bellas, sentarse a mi lado. A veces, sus cuerpos me tocan, un leve roce, un golpe frontal, esporádicamente incluso, caricias premeditadas.
Sin embargo, y a pesar que le gusto a muchas, sólo una me ha amado. Sólo a una he tenido toda.
Yo nunca hice nada. Siempre he sido bastante tímido, estático, incluso. En todos estos años, han sido ellas quienes buscan mi compañía.
Raquel, a quién amé, me quiso sobre los demás, me escogió entre tantos!. Pusimos a todos celosos, incluso el viento dejó de pasar por aquí un tiempo. Eran tiempos felices.
Cada tarde de domingo, Raquel iba a mi colina con ese vestido verde limón que, transparente, dejaba ver la redondez de sus pechos. Al poco tiempo de haber llegado, el vestido ya estaba en el pasto y la observaba desnuda mientras hacíamos el amor.
Un domingo, su padre nos vio. Yo intenté advertirle, intenté decirle que era peligroso, que podían sorprendernos. Raquel se dejaba llevar por la lujuria y regresaba cada domingo a mi lado.
- Joaquín, venga!
- Señor?
- Corte ese árbol que hay en la colina. Pero ya! Que no lo quiero ver!
- Si señor, como ordene.
Joaquín acabó conmigo, cortó cada una de mis ramas, despedazó mi cuerpo sin piedad. El machete. El dolor. Habiendo cortado todo, lo quemó como le ordenaron. Solo dejó un pedazo para el cucharón de madera que le venía pidiendo la niña Raquel desde hacía tanto tiempo.
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