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Inicio / Cuenteros Locales / Shapplin / Manuscrito hallado en una tumba

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Hay algunos temas sobre los cuales un autor no debería escribir si desea evitar ofender o disgustar. Pero, estos mismos temas no pueden ser omitidos cuando contienen una gran verdad.

Muchos son mis años y mi fuerza se va desvaneciendo como la luz de la vela que ilumina mi habitación.

Perdí mi piel y los gusanos hicieron de mi cuerpo su morada.

Bajo tales circunstancias, deduzco que la muerte no tardará en venir a buscarme. Sin embargo, tengo la esperanza de terminar de escribir mi testimonio de la vida de un anciano abandonado, y a la vez, probar que sobre una tumba sólo se llora el tiempo perdido.

Ya dije que soy viejo y que mi muerte al fin parece acercarse, pero, alguna vez también fui joven y lleno de vida. Tuve una esposa, una mujer que amé de verdad. Tuve también cinco hijos, los cuales fueron cada uno por su propio camino.

Era el tiempo en que mi esposa y yo nos habíamos quedado solos, como una pareja sin hijos, cargados de años y olvido. Mi querida enfermó, y luego de mucho sufrimiento murió teniéndome a mí como única compañía.

El día de su funeral le llovieron flores de las más delicadas y costosas, tantas que, si mis hijos las hubiesen vendido antes, quizá, mi esposa seguiría viviendo.

Enterramos el cadáver y la vida retornó a su curso normal. Una vez más, cada uno tomó su propio camino dejándome en compañía de la más triste soledad ¿acaso un cadáver merece mejores atenciones que un ser vivo? Quizá éste sea uno de los enigmas indescifrables que encierra el corazón humano.

Pasó rápido el tiempo, como un huracán imposible de frenar. Y, ciertamente dejó muy golpeado mi cuerpo.

Una tarde de invierno, caí en cama, victima de una terrible enfermedad y sentí deseos de morir. Abrí los brazos para recibir a la muerte y a veces ya la sentía en mi carne, pero ¿cuándo se cumplen los deseos del ser humano?

Es sabido que hay enfermedades que producen cese total de todas las funciones vitales aparentes y en las que, sin embargo, estos ceses son meras suspensiones, para hablar con exactitud, son sólo pausas temporales del incomprensible mecanismo
del cuerpo.

El sonido seco de un golpe, me despertó de lo que parecía haber sido un largo sueño. Todo a mi alrededor era oscuridad. Una mortaja rodeaba mi rostro y el movimiento de mis extremidades me resultaba imposible. Tampoco podía respirar.

Pronto comprendí mi situación. Mi entierro había sido prematuro.

Los golpes se hicieron cada vez más fuertes, hasta que la hoja de una pala partió en dos la tapa de mi ataúd.

Saqué la cabeza tan pronto como pude para poder respirar y en la oscuridad pude observar a mis salvadores. Quizá hayan sido estudiantes de medicina que profanaban mi tumba en busca de un cadáver.

Se fugaron presurosos y decepcionados, creo yo, de su suerte.

Con mucho esfuerzo salí de mi tumba y caminé entre los panteones hasta salir del cementerio.

Al encontrarme en la calle, me dirigí hacia mi vieja casa, frente a la cual llegué después de varias horas.

No sabía cuanto tiempo había estado enterrado. Mis cabellos habían crecido a tal punto que asemejaban a un velo grisáceo que cubría mis hombros. Mi rostro, pues, no era nada que un buen cirujano no pudiese arreglar. Mis uñas, o las que me quedaban no eran menos que una molestia alargada. La ropa que llevaba puesta estaba mojada y hecha jirones; y mi olor no era, ciertamente, el de un perfume francés. En fin, mi aspecto en general no era el mejor pero estaba con vida y seguro de que mis hijos al verme llorarían de alegría.

La caminata desde el cementerio hasta mi vieja morada, donde pude observar que esa noche se realizaba una fiesta, fue agotadora. A esa altura me encontraba jadeando y sediento.

Era hora de entrar y hacer mi gran aparición en medio de los invitados.

Acomodé el cuello de mi camisa y entré a la sala. Al ver a tanta gente quise proferir algunas palabras. Apenas pude dejar escapar un quejido lastimero, quizá por el cansancio o la sed. Aunque, ya sentía sólo un vacío donde anteriormente se encontraba mi lengua.

Por un segundo todas las miradas se posaron en mí. Acto seguido, las miradas se volvían de terror indecible y los gritos se confundían con las copas rotas en el piso.

Entre empujones y choques toda la gente salió del salón, algunas por la puerta y otras por la ventana.
Observé por un instante la sala vacía, luego bajé la cabeza y no pude menos que lamentarme.

Cuando mi cadáver yacía tieso en un ataúd, en aquel mismo salón, todos me rodearon pero cuando volví a vivir, nuevamente me abandonaron.

Gran misterio es la conducta del hombre frente a la vida.

Texto agregado el 22-01-2006, y leído por 160 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-01-2006 Todo lo que se puede esperar de una buena narración se encuentra aquí.Te felicito Yvette Ninive
22-01-2006 Excelente. Ideal para la reflexión. darkzombie
22-01-2006 Excelente! Tenebrosamente original. Horripilantemente bien escrito. Gran misterio es la conducta humana que de un cuento tan macabro saca belleza, estilo, atractivo. Felicitaciones! Mis 5* zepol_recargado
 
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