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Por fin le salió una entrevista de laburo, después de tanto tiempo.
Sale de su casa tranquilo, sin ponerse neurótico con esos pensamientos de que las cosas siempre le salen mal, que cada tanto le acosan.
-Si las las cosas salen mal, hay que enfrentarlas, que se le va a hacer, otra no queda- repite como un mantra, mientras se dirige a la parada. Se siente bien, fresco, de buen ánimo, mientras espera el colectivo.
Llega el colectivo, sube, revuelve los bolsillos buscando las monedas, no tiene monedas, pero no se rinde, ya está viendo a quién le puede pedir.
Pero hay dos viejas discutiendo ferozmente al lado de la máquina, no puede pasar, ni pidiendo permiso.
Se baja. Pero no se rinde.
-Ahora a buscar cambio en los quioscos- piensa.
No hay ninguno, camina dos cuadras, encuentra uno, revuelve otra vez sus bolsillos en busca de la billetera, pero no la encuentra, busca un cajero con la mirada, el tiempo apremia, ya llega tarde, antes de empezar a caminar, busca la tarjeta para no perder mas tiempo si no tiene la tarjeta, porque si se olvidó las monedas y la billetera... no la tiene, pero no se rinde, continuando el mismo movimiento, pasa al bolsillo donde debería estar el celular, está, bien, ahora a llamar porque llega tarde, el celular está sin baterias.
Queda el problema de viajar, no puede volver a su casa, perdería 20 minutos entre ir y volver, así que empieza a pedir monedas, nadie le dá, pasan 10 minutos, al final una chica le dá unas monedas sin mirarlo.
Otra vez a esperar el colectivo, faltan 10 minutos, no llega. Sube al colectivo, al menos tiene la agenda, alli esta la dirección y el teléfono en un papelito.
-Siempre esa costumbre de anotar en papelitos y meterlos en la agenda! -piensa.
Se sienta, se relaja, y rememora todos esos meses sin laburo, las deudas, el mangueo a los amigos, los laburos informales por un par de días, el corte de los servicios, la perdida del cable...
Ya sería tiempo de ver por donde vá el colectivo, el recorrido está en el papelito, vuelve a abrir la agenda, está el papelito, a ver:
-Derecho por avenida Udaondo, dobla en Pérez Galvez tres cuadras, pero ahora estoy en la avenida Chorroarín -señala la calle para ver la altura, y no sabe cómo, pero el viento hace salir al papelito por la ventana.
Sin ponerse nervioso, se incorpora, toca timbre, a los dos cuadras se baja, y vuelve atrás, caminando lento, se imagina a sí mismo como un humanoide al estilo robocop o terminator, escaneando detalladamente las imágenes, concentrándose en buscar el papelito, como si tuviera una pantalla con indicadores, miras y números digitales.
Mueve la cabeza de arriba a abajo y de izquierda a derecha, para no dejar un solo pedazo de territorio sin analizar. Nada.
Al mismo tiempo, piensa en pedir plata, pero ahora le agarran ganas de mear, no hay negocios cerca, uno solo nomás pero le dicen que no hay agua.
No se rinde, sigue retrociendo, ya no imagina los leds y los numeritos en verde fosforecente, porque eso cubre partes de la imagen, y quizás justo ahí donde está el papelito.
Mientras camina y sigue buscando, trata de ordenar su cabeza, primero, hay que pedir plata para llamar al lugar donde tenía que presentarse pero el teléfono estaba en el papelito, entonces pediría para volver en el colectivo a su casa, y desde ahí... nada, porque no tiene el teléfono... y hace calor, se saca el saco.
A ver, entonces debería pedir monedas para tomar un colectivo hasta la consultora que sí se acuerda de dónde quedaba, pero habría que saber qué colectivo tomar, hay que preguntar, quizás mejor ir a un locutorio, buscar por la razón social de la consultora, sacar el teléfono y ver si puede hacer una llamada por cobrar, pero desde un telefono público porque quizás desde el locutorio no se pueda, pero podría hacer la prueba. Además podría buscar por la razón social de la empresa a la que va, que eso también se acuerda. No todo esta perdido.
Saca los cigarrillos, no queda ninguno.
-Bueno, mejor para la salud -se consuela.
Al sacarlos, las llaves de su casa caen de su bolsillo y van a parar adentro de una alcantarilla.
No se rinde. Sigue caminando, pero cree que ya debería haber doblado un par de cuadras atrás. Al pasar frente a una casa de electrodomésticos, todos los televisores muestran las imágenes de un robo con toma de rehenes en una empresa. No le presta mucha atención. Recuerda que tiene que pedir plata, aunque no sepa para qué. Mira el reloj, hace 45 minutos que debería estar ahí.
Pero esta vez una vieja que miraba horrorizada la vidriera, le da 5 pesos.
En la vereda de enfrente, ve un locutorio, cruza a mitad de cuadra como un poseído, un auto lo esquiva y choca a otro, se paraliza del susto, un tipo que sale corriendo medio aturdido de uno de los autos se tropieza con el y se cae, un arma queda en el suelo, otro tipo está desmayado sobre el volante adentro del auto, al lado una mujer grita, el conductor del otro auto baja a las puteadas a mirar el paragolpe, llega la policia, agarran a los chorros, se llevan a la mujer secuestrada en una ambulancia, el tipo del otro auto deja el fierro en el asiento y empieza a aplaudir.
Ahora la gente se lo lleva en andas, en medio de ovaciones y aplausos, lo llevan hasta la empresa que habían afanado, los empleados en la calle se acercan a darle las gracias, el dueño le estrecha la mano en estado de shock.
Ve el cartel de Constructora Ramazelli Hnos, que era adonde tenía que ir, y solo atina a decir:
-Señor Ramazelli? soy Ernesto Fernández, disculpe que llegué tarde, pero tuve unos contratiempos.
El señor Ramazelli lo abraza alborozado y Fernández piensa en que tiene que encontrar un baño urgente, porque se sigue meando.

Texto agregado el 22-01-2006, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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