Julián miró a su alrededor, y no vio más que arena. Empezó a ponerse nervioso. El sol subía, imperturbable, cada vez más alto, cada vez más caliente, y su piel se resentía. Caminó un poco más. Las gotas caían por su frente. Se las secó con un gesto de fastidio. ¿Cómo había terminado ahí, a kilómetros de su hogar, completamente solo, sin siquiera zapatos? Ya ni recordaba. Laculpa era, seguramente, de su habitual inocencia y de esa cabeza loca que ni memoria tenía. Muchos lo habían criticado por eso, le habían avisado, pero él, en su tosudez, no había hecho caso, y ahora se encontraba en esta inmunda situación.
En su caminata, llegó a un enorme médano. Si lo escalaba, tal vez podría ver màs allá. Aunque probablemente vería el mismo desolador paisaje que habíadejado atrás, valía la pena intentar. Empezó la pesada labor, paso a paso. A mitad de camino tropezó, y siguió andando en cuatro patas. De repente, lo golpeó una terrible certeza: tenía sed. Era inconfundible la boca pastosa,lalengua más árida aún que el desierto. Julián miró hacia arriba, rogando por una nube que bloqueara parte del calor de sol. Pero lo sabía imposible, en ese prístino cielo celeste. Abrió y cerró la boca, mecánicamente, para despegarla, pero parecía saborear su propia sed.
Pronto sintió los efectos de la caminata; sus piernas temblaban por el cansancio. Casi arrastrándose, llegó a la cima del médano y contempló el camino que lo esperaba. Más arena, hasta que el amarillo se fundía con el azul. No muy lejos, el mar iba y venía, llamándolo. Julián sonrío levemente ante la ironía. Tanta agua que no podía beber. Iba a morir desed frente al océano. Se sentó en la arena y lloró. Al verse tan desamparado, no pudo refrenar los gritos que le ardían en la garganta.
Pasó un tiempo que pareció infinito, y Julián abandonó la inutilidad delllanto. Fue entonces cuando escuchó la voz. Una voz dulce, femenina, que lo llamaba. Julián pensó que el calor lo hacía alucinar, pero la voz fue pronto confirmada por unas manos de uñas largas que lo asían firmemente de la cintura. Las palabras se hicieron inteligibles: "Juli, te dije que no te alejaras mucho. ¿No ves que me hacés asustar?". Su madre lo alzó y se lo llevó. Unas lágrimas en la arena testimoniaban su odisea. |