La historia que adjunto a continuación está basada (aunque he tratado de ser lo más fiel posible, pues tengo la copia original) en mi primer cuento. Es decir, ya había escrito otros, para el colegio y cosas así. Pero éste nació por iniciativa mía, cuando tomé un papel y un lapicero (el lápiz no es tan durable) y decidí en contar una historia.

Robert Banchester era un joven muy descuidado. Llegó al extremo que fue capaz de perder las llaves de casa. Pero esa, es otra historia.
El caso es que Robert Banchester fue llamado hace unos días por su padre para recibir el anillo familiar. Éste tenía una forma muy simple y era sucedido de padre a hijo cuando este último cumpliera 26 años. El señor Banchester tuvo que dar, como era acostumbrado, el aburrido discurso de entrega, donde hasta él mismo casi se queda dormido.
Después de haber recibo el aro, el joven tomó un taxi y, al bajarse, su nuevo anillo quedó en el asiento del carro, donde después de observarlo muy detenidamente, el chofer lo tomó. Lamentablemente, su siguiente cliente sería un ladrón que se llevaría junto con las ganancias del día, su reciente descubrimiento.
Unos días más tardes, el asaltante fue apresado y uno de los policías se apropió del anillo. El afortunado gendarme dio el objeto familiar como regalo de cumpleaños para su hija, quien se lo regaló a su novio como obsequio de aniversario (les ruego que no la culpen, fue para salir de un apuro.)
El novio (el muy patán) vendió el aro por diez soles. Y no sé cómo, ayer fui a la feria local y, en un stand de chucherías encontré el anillo, que se ofertaba a quince soles. Reconocí el anillo al instante, y como desconocía el precio original y ya que los Banchester eran conocidos míos (en realidad, lo siguen siendo, pero me expreso así porque no suelo frecuentarlos) opté por comprarlo.
Finalmente, fui a casa de Robert Banchester, quien estaba por salir. Recibió contento el anillo, tomó un taxi y supongo (sólo supongo) que se imaginarán lo que sigue.