Quizá sólo sea casualidad.
Ya no recuerdo su nombre.
Sólo sé que antes de conocerte
la tenía guardada en una caja azul.
Quizá sólo sea casualidad,
pero tus pasos suenan como los el caballo del malo
y tus alforjas destiñen azul.
Me corté las trenzas con el anterior
y tabiqué la única ventana de la torre.
No me prometiste nada
y rompí mis promesas,
dejando que el pelo volviera a crecer.
Te inventé en las noches.
Te puse calzones, sombrero con pluma
y te pinté a brochazos añiles.
Mientras, tú, sin lluvia, desteñías,
húmedo como una mujer, con otra mujer.
Me até los pantalones con mis trenzas
y bajé a la fría calle en ascensor.
El castillo se deshizo
cuando suplicabas como el moro,
llorando como una mujer por aquello
que no habías sabido defender como un hombre.
Quizá sea casualidad,
Pero de repente te vi pequeño, indefenso,
una lombriz clavada en el anzuelo
esperando ser devorado por un destino al que tú
le has puesto nariz de payaso.
Mientras sonaba un rumor de fondo:
Bla bla bla,
bla bla bla,
Te olvidé
Salté las mil páginas del libro
pero el maldito escritor se burló de mí.
Me estampó la hoja en blanco
y regresó a la lámpara mofándose
de la niña que sólo quiere saber cuál es el fin.
Bla bla bla,
Bla bla bla, repetías.
¿Eras tú el rumor de fondo?
Me mirabas atónito,
como si allí no hubiera ni escritor,
ni mago,
ni lámpara.
Para mí no estabas tú.
Quizá sólo sea casualidad.
Pateaste el suelo con rabia, maldiciendo tu estupidez,
y una caja golpeó mi cabeza.
Era azul.
Se abrió y algo cayó por la alcantarilla.
Ahora lo recuerdo, se llamaba dignidad.
Y te perdoné
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