Hoy abrí la caja que llevaba por piel, mi nombre, y observé el vacío infinito. Y al levantar la vista encontré en manos de Abel la traición de quien no sabe (o prefiere no saber), que el regalo que recibió es el desvelo de mis sueños, la razón de mis ahogados llantos bajo frazada, las cenizas que queman al pobre muerto. Y el reloj siguió avanzando, sin detenerse a agotar mi agonía. ¿Cuanto dolor podré soportar?¿Cuánta alegría podré aparentar? El fondo, una vez mas, me arrastró consigo y tal vez sea ésta la manera de contarme que el sufrimiento que creí lavado con asfixiantes lágrimas, no dejará nunca de cortarle las venas a la sonrisa que creí genuina y traté de fortalecer ayudado por distancia, y que el esfuerzo no merece gracia divina, y que la bondad es mi peor enemiga, porque apuñala por la espalda. Hoy, una vez mas (y tal vez para siempre), se escapó mi pedacito de cielo azul, el último que quedaba entre tanta tormenta. Y hoy, tal vez, sea la ultima oportunidad de que me de cuenta que mi alma quiere morir, para no ser mas prisionera.