Ya estaba cansada de la misma situación, todas las noches era lo mismo: su marido después del trabajo pasaba por algún barsucho de mala muerte, se gastaba todo el dinero en esos vinos en caja de dudosa procedencia, después, por lo general, llegaba alguna puta y le sacaba lo poco que le quedaba en el bolsillo (a veces sin siquiera prestarle sus servicios amatorios, debido a lo borracho que estaba) y lo mandaban de vuelta a su casa, sin ni uno, borracho hasta más no poder y manejando en piloto automático. A patadas abría la puerta, a patadas saludaba a su maltratada mujer, mientras su pequeña hija de cuatro años presenciaba el violento y repudiable espectáculo. Después de descargar toda su frustración de manera física en el moreteado cuerpo de su mujer, se arrastraba al sofá y ahí se dormía. Tras esta horrible escena, la pobre mujer tomaba a su hija y se encerraba en su pieza, “tu padre está loco” le decía a la pequeña “le falta un tornillo”, sentenciaba. Así era la triste historia todos los días.
Una de estas noches mientras todos dormían, la niña salió silenciosa de la pieza y se fue al sofá donde estaba su papá. “¡Mami, mami!” Gritaba la pequeña a la mañana siguiente, “¡Arreglé a mi papá!”. Se sentó en la cama y comenzó a contarle a su mamá: “anoche, salí de la pieza y fui a buscar las herramientas del papá, tome un martillo y el tornillo más grande que encontré, fui al sofá le puse el tornillo en la oreja a mi papá… ¡Y golpee con el martillo con todas mis fuerzas de mujer grande! ¡Ya no le falta un tornillo! ¡No soy una tonta como él decía! ¡Lo arreglé! Pero parece que lo hice mal, porque no deja de salirle sangre de la oreja… si le ponemos un tapón de algodón quedará bien ¿cierto, mami? La mujer miraba aterrorizada a su hija a punto de entrar en shock, mientras el cuerpo del hombre yacía inmóvil en el sofá.
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