(Este relato es una continuacion de "La Liberacion del Señor Garrido"):
Otra vez aquí como todas las mañanas, en este pacífico y tradicional Café parisino, que a medida que transcurren los días, va adquiriendo el peculiar ambiente de una base de operaciones o cuartel general, donde puedo pensar, actuar y disfrutar de mi nueva libertad.
Aquí en Paris, los doctores, tan sofisticados, me descubrieron un serio problema que yo nunca había dimensionado en su justa medida: soy adicto a la cafeína.
Me explicaron que, para ser estrictos, no existe semejante adicción, o por lo menos no existía hasta que dieron conmigo. Aparentemente soy dueño de una personalidad excepcional, que me hace particularmente sensible a ciertas sustancias, además, me han detectado mutaciones en ciertas enzimas (fosfodiesterasas) que me condicionan fuertemente a sufrir esta adicción, que no es psicológica, sino física (he aquí lo extraordinario).
Así es, soy el primer caso en la literatura médica mundial:
“...Eugenio G*, el primer adicto físico a la cafeína. Privarse un solo día del café matinal le provocaría convulsiones del lóbulo temporal que, a su vez, podrían terminar incluso en la muerte del individuo...” (traducido textualmente de la revista “Cience”).
Por lo tanto, por prescripción médica, le he pedido a René, el mozo, que me traiga mi terapéutico café doble.
Hace tiempo, cuando René comenzó a tratarme, lo hacia con cierta displicencia o con un patente desagrado que él mismo se encargaba de hacérmelo notar. Hoy por hoy, pobre René, después de haberse enterado de la infausta noticia, me atiende no solo con respeto sino hasta con cierto cariño y cuidado. Me cree un enfermo terminal. Querido René, amigo: mientras yo beba tu café, no moriré.
Debo agregar que me he convertido en una especie de cliente preferencial del lugar.
He oído, y creo no equivocarme, que la presencia diaria del famoso adicto, favorece positivamente a la actividad comercial del Cafe de la Paix(quizás sea este el motivo por el cual ya no se me cobra centavo alguno de mis consumiciones). En favor de esto, he notado que los turistas que visitan el sitio, buscan, con clara preferencia, sentarse estratégicamente en mesas próximas a la mía, aunque lamentablemente, esto tiene su punto negativo, ya que, en repetidas ocasiones, cuando hube de retirar la atención de mis lecturas y alzar la vista para descansar mis ojos, he sorprendido a mas de un español y a varios alemanes riéndose a costa mía. Es una extraña sensación que no puedo evitar asociar con vivencias que he tenido en mi escuela primaria.
En fin... aquí llega el café! ah! dulce néctar negro!
En fin... en este preciso momento estoy ocupado en otra cosa.
Luego de largas meditaciones y por motivos catárticos, me he decidido a escribir una carta. Nunca he podio albergar en mi corazón un sentimiento de odio genuino y duradero, a lo sumo, un odio fugaz; pero eso no seria odio propiamente dicho, sino furia, ira.
Por esto, puedo asegurar que a Martínez no lo odio, mas bien diría que “me molesta que me odie” (porque él sí me odia, lo se).
Como supondrán, la carta va dirigida al señor Martínez, al que no volví a ver desde el incidente en la oficina.
Ensayé diversos comienzos pero ninguno me satisfizo, por lo tanto, como no deseo que una carta tan delicada y sutil parezca forzada, voy a dejar que las palabras fluyan, sin más:
Martínez:
No soy tonto, no te voy a dar mi ubicación en el globo terráqueo. Sé por fuentes muy confiables que, luego de aquella persecución en la cual terminaste perdido y desorientado en las atestadas avenidas del sur, buscándome inútilmente con los ojos desorbitados; no has hecho mas que renunciar a la tesorería y dedicarte, con abnegación, a buscarme por todas partes, tanto dentro como fuera del país. No desconozco que gozas de una excelente posición económica y, por lo tanto, sé que posees los medios suficientes para llevar a cabo semejante empresa. Por eso mismo y porque te he observado detenidamente durante años, no me sorprendí en lo más mínimo cuando llego hasta mis oídos estas palabras que, según dicen, te pertenecen:
“...parto mañana, en avión, rumbo a Madagascar... algo me dice que Garrido esta disfrutando de las refrescantes brisas del Indico...” ... Y te fuiste nomás.
Te repito, no me sorprende, pero, debo confesarte, que aunque erraste soberanamente la ubicación de mi paradero, el hecho de verte tan ensañado en cazarme como a un ciervo, me hizo sentir una cierta sensación de inquietud (miedo no, que te quede claro).
Ay! como es de caprichosa la vida. Quien hubiera dicho?: “Martínez renuncia a la tesorería”. Todavía no lo creo, esto si que me sorprende. Renunciaste y, por si fuera poco, para convertirte en un cazador sin fronteras y de tiempo completo. Me siento halagado, lo confieso. Recuerdo que una vez en la oficina, a la hora del café, me preguntaron si eras “judío” y yo respondí, casi sin darme cuenta, que eras “tesorero”. Es que realmente la tesorería nunca pareció ser tu profesión, sino tu religión. Te aseguro que respondí sin sarcasmo alguno.
Mis fuentes me informan con regularidad y, según lo voy corroborando, en forma acertada. Esta vez, tu última utopía logró llenarme de un terror indecible. La idea de viajar hasta Colombia para sabotear toda la cosecha nacional del café, es mas que ridícula: es psicótica. Aunque en esto no puedo dejar de destacar la calidad de tus informantes, son realmente brillantes: están al tanto de mi fatal adicción. De todos modos, provocarme un síndrome de abstinencia letal, cortando el suministro mundial de cafeína, me parece una idea que solo a un imbécil omnipotente y narcisista como vos se le puede ocurrir.
Te hace falta estrategia y sentido común....
Seguí corriendo Martínez,... siempre atrás mío... ja ja ja!!!
- F I N -
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