Estoy haciendo una compilación de las cartas que te he enviado. De las que tengo registradas, obviamente. Muchas de ellas se han ido a tu encuentro sin dejarme rastro. Y con esta mínima muestra que me queda, me doy cuenta, realmente, de lo mucho que te he escrito. He podido hacer un conteo, para nada científico, de las huellas y las sonrisas que has provocado en mí. De todo ese cruce de divagaciones, reclamos, alegrías y nostalgias que me has dejado. Una telaraña infinita de revoluciones. Y sólo puedo sentirme afortunada. Qué lindo es querer a alguien y, más aún, qué lindo es quererte a ti. También he notado que he sido muy agradecida contigo. Esa palabra, “gracias”, la he invocado en tu nombre hasta borrarla. Y a pesar de seguirla desgastando, quiero darte las gracias. Por estar, por ausentarte, por aguantarme, por responder de vez en cuando, por quedarte en silencio, por existir, por despertarme. Porque lo reconozco, soy compulsiva, convulsionada y conflictiva. Sin embargo, siempre has sido un buzón donde mis cartas hacen nido, una dirección de domicilio a la que mis palabras pueden llegar aunque no sean invitadas, donde mis gritos de auxilio se convierten en inquilinos bienvenidos. Imagina si no tuviera tus coordenadas, si no supiera adónde dirigir el humo, el agua, la tinta. Habría sido catastrófico para mí y para ese mundo que me he inventado donde todos tienen tu acento, donde todos migran a tu patria, donde todo me lleva, irremediablemente, a ti. Ni siquiera habría explotado, sólo desaparecido, esfumado, diluido, caducado. No habría escrito ni cuentos fallidos ni cuentos aferrados al sueño de ser útiles para alguien. No habría llegado a descubrir a la Vilariño o al Maslhía, al Aute, al mate, a Piriápolis, a La Rambla, a Onetti, a los Shakers o a ese Montevideo vivido y no descrito. Así que déjame agradecerte de nuevo. Aunque no estés conmigo, eso no importa, aunque no quieras o te niegues a estar. Aunque nos encontremos de nuevo o nos perdamos de vista. Aunque te sientas mejor sobre el regazo de otra, aunque me olvides más pronto de lo que deberías, aunque no te acuerdes de mí. Porque has sido intento y pretexto para este arduo ejercicio del querer. Porque contigo me di cuenta de qué es lo que vale, qué significa realmente enamorarse de alguien, cuánto duele exactamente no ser correspondido. Y aunque no me correspondas, a mí me sigue correspondiendo darle vida a cada recuerdo tuyo. Porque eso es vida, porque así es que se vive, porque es entonces que el vivir retoma todo su sentido. Sígueme domesticando. Yo sé, lo tengo muy claro, que no mueves un dedo para hacerlo. Pero con tus silencios, tus ausencias, tus apariciones esporádicas, me has domesticado al ritmo de esa incertidumbre de la que tanto te he hablado. Una incertidumbre de la que no debo temer. Porque a pesar de ti y tus imprecisiones, la confianza sigue allí, intacta, alerta, en guardia. Sé que serías incapaz de lastimarme y cuando lo has hecho, no has sido capaz de notarlo. Porque no figura en tu lista de intenciones, mucho menos de intereses. Sé que me quieres. A tu manera extravagante, tímida, agridulce e inexplicable. Pero me quieres. De ahí en adelante, lo que sigue es voto nulo, no existe, no sobrevive. Y muchas de esas mellas han sido causadas por mí. Por mi propia incapacidad. Por incomprender tus tiempos, tus espacios, los espejos desde donde te miras, tus diversas teorías sobre la libertad. Pero estoy haciendo un esfuerzo y trato de entender mejor tu ecosistema, tu historia archivada; tus vaivenes compulsivos, convulsionados y conflictivos.