Sigo caminando y a través de los lentes de una mujer veo todo más pequeño, el perro, el timbre, el paradero.
Son las tres de la tarde y me imagino que hay sus treinta grados. El helado de un niño se derrite demasiado rápido y su cara exagera de modo constante, sus manos se pegan y llega una mosca.
El sol desorbita mis ojos, mi cuello transpira y miro hacia el semáforo. Está en rojo, está en verde. Crucé la calle y me di cuenta que camino chueco, volví donde mismo, pero hay otra gente esperando en el paso. Una vieja canosa, un señor con sombrero, una rubia fumando y un cartero. Sigo los pasos del cartero, mi más cercano, y terminé al lado de la rubia… ¿por qué sería? ¿Porque anda muy escotada, sus curvas son casi perfectas o porque el cartero camina chueco al igual que yo?
Bueno, veo pocos autos y el viento está tibio. Hay sombra, esa sombra no fría, sino esa sombra de hombre, de humano que me persigue o que por coincidencia pasa por mi espalda. No tardo en darme vuelta y ya no hay nadie, me asusto porque se mueve la sombra aún y luego me entero que soy yo. A estas horas la sombra ya no camina por mi vista, sino que por detrás, en realidad casi por detrás, porque al igual que yo camina chueca, ahora está a mi lado y me saluda.
Sigo de largo sin preocuparme por las personas que me miran preguntándose qué cara pondrán cuando pasen por mi lado, pero es inevitable y yo de improviso invento una cara para un chico. Bostezo. Bostezo no normalmente, sino como con furia, con desesperación, deformando el rostro. Él sigue de largo.
Las calles están con hoyos, el paso se cebra está despintado, al igual que mis zapatos, me toco el cabello por segunda vez y me miro las uñas, me las muerdo y las tiro. Un limón no me vendría nada de mal o una mentita, mis labios se secan mis dientes se queman, mi lengua desierta. Sigo caminando varias cuadras más siguiendo una línea, intentando caminar bien, intentando no irme donde están los autos. Por mi cabeza pasan miles de cosas, qué mis zapatos, que la rubia, que el cartero, que camino mal, que… en realidad sólo cuatro cosas, suelo exagerar. No camino mal, ni camino bien, soy casi normal. Quizás soy parte de la suciedad de esta sociedad. Me siento, bebo miradas y tirito por escalofrío. Luego llego a la escuela de Modelaje para aprender a caminar. Me cuesta mucho, todas las muchachas de ahí transitan derecho.
En la tarde, salgo de la escuela más tranquila y me doy cuenta que estoy en la misma calle que el caballero con sombrero, que la vieja canosa. La rubia apagó su cigarro y el cartero se toca la oreja.
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