Mi padre es albañil. Ha llegado empapado de la intemperie del trabajo. Mi madre me mira con un destello húmedo y, de repente, me dice: “Cuando seas mayor, busca un trabajo donde no te mojes”. Pensé que el del escritor podía ser unos de esos trabajos. Por supuesto, me equivoqué. Digo escritor y no periodista a sabiendas. Para mí siempre fueron el mismo oficio. El periodista es un escritor. Trabaja con palabras. Busca comunicar una historia y lo hace con voluntad de estilo. La realidad y parte de mis colegas se empeñan en desmentirme. Pero sigo creyendo lo mismo.
De mi primera experiencia “periodística” salí muy mojado. Fue en el instituto de Monelos. Conseguimos autorización para una revista a ciclostil. Cuando el primer número cayó en manos de la dirección, la prohibieron de inmediato. Para protegernos, insinuó el director: “Hay verdades que no se pueden decir”. Fue una lección inolvidable.
Mi primer trabajo propiamente dicho fue en El Ideal Gallego. Tenía por entonces quince años. Ya no salí de allí. Fue mi verdadera universidad.
En la facultad de Ciencias de la Información de Madrid. Presento un ejercicio. El profesor me regaña: “Esto no es periodismo, ¡esto es literatura!”. Otra lección invertida. Yo ya sabía que tenía razón. Que nunca, nunca, le haría caso. Hay un gran problema de ignorancia. Periodistas que confunden la literatura con el retoricismo, escritores, literatos, que confunden el periodismo con la banalidad. Lo que nunca olvidaremos de los periódicos, o de la radio y la televisión, es lo que tienen de literatura. Se supone con frecuencia que la disposición mental es distinta cuando uno afronta una novela, una obra de arte, o un relato periodístico, que vendría a ser una artesanía menor. Me han preguntado muchas veces cómo llevo esa esquizofrenia. No tengo conciencia de esa fractura y por lo tanto me merezco el desprecio de algunos críticos y escritores puros que me sitúan en el purgatorio de la literatura. Prefiero seguir a un campesino en burro que a la comitiva motorizada de Manuel Fraga, pero si es Fraga quien va a burro procuraré estar a la altura de las circunstancias.
¿Y qué hay de la diferencia entre ficción y realidad? Esto no es un tratado, así que no me voy a poner pelma. El periodismo tiene exigencias, a las que no está sometida la literatura. El hombre ha llegado a la luna, pero un escritor llegó antes sin moverse de su buhardilla en París.
Cuando tiene valor, el periodismo y la literatura sirven para el descubrimiento de la otra verdad, del lado oculto, a partir del hilo de un suceso. Para el escritor periodista o el periodista escrito la imaginación y la voluntad de estilo son las alas que dan vuelo a ese valor. Sea un titular que es un poema, un reportaje que es un cuento, o una columna que es un fulgurante ensayo filosófico. Ése es el futuro. Paradójicamente, muchos “profesores” siguen cortando alas, matando al escritor que debe anidar en cada periodista.
Creo, como García Márquez, que éste es el oficio más hermoso del mundo. También, con el maestro Luis Pita, sabio y escéptico en su exilio, que el periodismo es un asco, donde abundan mercenarios que no creen en su oficio ni en el valor de la palabra. Los dos tienen razón. Que la diosa libertad me proteja para no traicionarlos.
De las preguntas clásica que debe dar respuesta un trabajo periodístico, hay una, por qué, que se mantiene como una obsesión desde los tiempos de la educación sentimental. Quizá es esa perplejidad ante el mundo y la búsqueda de los porqués el verdadero nexo entre literatura y periodismo.
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