El resultado

-El doctor lo recibirá pasado mañana en su consultorio. Venga acompañado.
Fui con mi mejor compañía; mi perro.
En la sala de espera tomé asiento en un sillón de respaldo alto en el que traté de relajarme. Difundían una música agradable. Otras personas que había en la sala susurraban al mismo tiempo que hacían ruido con las hojas de un periódico.
La secretaria pronunció un nombre en alta voz. El ruido cesó. Mi perro me rozó varias veces la pierna con su hocico. Le respondí con unos golpecitos en la cabeza, él me entendía, era nuestra manera de comunicar. Lamió mi mano. Podría jurar que estaba tan nervioso como yo. Le prometí que cualquiera fuese el resultado nunca lo abandonaría.
Transcurrieron veinte minutos: abrir y cerrar de puertas, el sonido de una campanilla de teléfono seguido de voces apagadas, después escuché mi nombre. La secretaria me condujo a la consulta. El médico dijo asombrado.
-¿Vino solo?
-No, estoy con mi perro. Lo que suceda nos incumbe a los dos.
El médico guardó silencio. Llegó la enfermera, me envolvió el olor de su delantal almidonado.
Comenzó a desenrrollar la venda, sentía cómo a cada vuelta de la faja, disminuía la presión en la frente y aumentaba mi ansiedad. Cuando estuve libre de la tela, la angustia me sofocaba. Apreté los párpados. Todavía no quería saber. Deseaba prolongar la esperanza.
En ese momento tocaban un concierto de Mozart
-Abra los ojos, sin miedo, despacio..., a ver.
Sonreí temeroso al escuchar esa palabra.
Llamé a mi perro con un gesto.Se acercó. Jadeaba.
Los dos sabríamos al mismo tiempo el resultado .