Esta madrugada
huele a césped mojado.
Son tiempos difíciles
para que la humedad
resbale por los cristales rotos
de nuestros cuerpos,
cuando las horas se llenan
de goteras invisibles
que ahogan el cielo
de nuestra memoria.
Libros de ciencia
y realidades filosóficas
pintan soledad.
Enero. Crece la hierba
sobre el suelo
del conocimiento
y afuera un teléfono rojo
suena en el banco
que nos sostuvo
aquella primera noche.
Hoy nadie responde.

¿Te acuerdas?
Nosotras no entendíamos
de cielos, infiernos, suelos
ni conocimiento,
de bancos ni teléfonos.
No necesitamos
relojes, recuerdos,
incendios que expulsan
lágrimas grisáceas
y violenta ceniza,
ni inviernos ni primaveras.
Tan sólo grandes extensiones
de luna y tierra
para crecer salvajes,
como es más puro el amor,
sin preguntas ni promesas,
con sus “no me olvides”
y sus tristezas.


Desterrar las ataduras
que unen dos silencios
es reinventar perfumes
y costumbres,
para no permanecer
en el tic-tac del reloj
que asesinamos
tú y yo.
Es la oscuridad
la que configura mis poemas
a punta de pistola,
la fragilidad de unas notas
que se balancean
al borde de esa canción
que cuenta
la historia de un paisaje
de caminos inacabables
de arena blanca.
Nuestras huellas inestables
serán alimento
para tan sediento recuerdo.

Son tiempos difíciles
para el invierno.