El asesino de la carretera
La temporada de verano había comenzado hacía tres semanas y con ésta se estaba dando inicio a una serie de asesinatos a mujeres que salían en sus autos desde Lima con la intención de acudir a las discotecas de las playas del sur. Ya eran tres los casos -uno cada fin de semana- en los cuales se había hallado los autos de las víctimas a escasos metros de la carretera Panamericana. Dentro de estos, se había encontrado a cada una de ellas con un corte en la garganta. En los tres casos el corte era similar y estaba ya demostrado que no habían sufrido robo alguno. Por estos motivos, la policía estaba convencida de que se trataba de un sicópata asesino que utilizaba el mismo método en todos sus asesinatos.
Un testigo que reside en las inmediaciones de la carretera declaró haber visto al asesino.
-Yo lo vi antes de subirse al auto de la chica-aseguraba -. El hombre era alto, blanco y atractivo. Por eso la chica lo recogió cuando el tiraba dedo-insistía.
La policía estaba muy presionada por este caso debido a que se les culpaba de los últimos dos asesinatos por haber mantenido la información en reserva. Después del tercer crimen, tuvieron que informarlo a la prensa para que toda la población esté advertida. Gracias a las declaraciones del testigo, se informó también a toda la prensa sobre las características físicas del sospechoso. Se acercaba el cuarto fin de semana del verano y la policía quería evitar otra tragedia.
A las diez de la noche del viernes, del cuarto fin de semana de verano, Martha Morelli manejaba su auto por la Panamericana con rumbo sur. La falta de vigilancia policial le permitía exceder el límite de velocidad.
Cuando pasaba por el kilómetro setenta pudo ver a lo lejos la sombra de una persona a un lado de la carretera. Al acercarse, vio que era un hombre solicitando un aventón. El hombre parecía desesperado. Martha redujo la velocidad y se acercó hacia él. Pudo comprobar que el hombre sangraba de su mano derecha.
-¡Ayúdeme, por favor!-gritó desesperadamente el hombre mientras Martha empezaba a alejarse.
Escuchó las mismas palabras una vez más y decidió detenerse. Observó al hombre nuevamente. Era un hombre joven muy atractivo. Retrocedió y bajo la ventana del auto un par de centímetros.
-¡Ayúdeme!-suplicó el hombre.- ¡Han tratado de asaltarme!-dijo mientras le mostraba a Martha el corte que tenía en la mano.
Se quedó mirando al hombre por unos segundos. No sabía qué hacer. El corte y la sangre eran verdaderos. No sabía si después le remordería la conciencia. Después de unos segundos en los cuales no dijo nada, Martha se persignó y abrió la puerta del copiloto.
-Sube rápido. Debo llevarte a un hospital.
El hombre subió al auto y cerró la puerta. Llevaba consigo una pequeña mochila azul que puso entre sus piernas.
Martha manejaba nerviosa. En esos momentos, a pesar de la emergencia, ya no excedía el límite de velocidad. Miraba de reojo a su acompañante como si supiera que algo macabro sucedería pronto. Después de unos minutos, en los que ambos se habían mantenido callados, Martha rompió el silencio.
-¿Qué lleva en la mochila?
El hombre vaciló por unos segundos.
-Libros-respondió nervioso.
-¿Habla en serio?-volvió a preguntar Martha.
-Sí, soy profesor en un instituto. Déjeme mostrarle.
Comenzó a abrir la mochila con movimientos torpes. Seguía sangrando.
A Martha le comenzaron a temblar las manos. No quitaba la vista de la mochila azul. No sabía lo que podía haber dentro.
-¡Al fin!- dijo cuando terminó de abrir el cierre.
Cuando el hombre quiso sacar lo que había dentro, Martha fue más rápida y sacó un filoso cuchillo de debajo de su asiento y con un movimiento rápido lo pasó por la garganta del hombre, quién después de convulsionar por escasos segundos, quedó inerte con la cabeza apoyada en la ventana.
Seguidamente, se estacionó a un lado de la carretera, donde unas plantaciones impedían que pueda ser vista. Cogió la mochila y revisó lo que había en su interior. Eran libros de literatura. Se estremeció al ver al hombre totalmente ensangrentado imaginando cuánto lo extrañarían sus familiares y alumnos. Estaba arrepentida de lo que había hecho.
Bajó del auto y se dirigió a la puerta del copiloto. Después de abrirla, cogió uno de los brazos del hombre y lo arrastró hasta la parte de atrás del auto. Abrió la maletera. En el interior había un hombre muerto, con un corte en la garganta. Levantó el segundo cadáver y lo puso junto al otro, dentro de la maletera. Martha estaba segura de que en algún momento vengaría la muerte de su hija ocurrida una semana atrás en esa misma carretera. “Aún hay espacio para uno más” pensó.
Cerró la maletera, subió a su auto y siguió manejando, con rumbo sur. |