Conocí un hombre en una estación, como yo esperaba el tren, pero a diferencia de mí el no tenía un destino concreto; encendiendo un cigarrillo en el pasillo del vagón me confesó sin ningún pudor que no tenía billete, esperaría a que el revisor se lo pidiese para bajarse, donde quedase pasaría una o dos noches y volvería a tomar otro tren, el primero que pasase. Me contaba esto mientras yo lo miraba entre divertido y pensativo, le invité a tomar algo en la cafetería y allí, delante de una taza de café nos pusimos a charlar de todo un poco;mientras lo hacíamos lo observaba como quien intenta diseccionar una vida por el aspecto de su portador. Intenté averiguar su procedencia pero su tono de voz era neutro como el de un actor que intenta hacer un personaje sin identidad geográfica, a veces sonaba con esa musicalidad del norte para dejar paso a la parquedad del centro y acabar con el deje del sur. Me habló de libros, de teatro, de cine, de arte, eso me llevó a pensar que era un artista venido a menos, una antigua estrella que ya no brillaba en el cielo de las artes y ahora era un cometa, pero también me habló de política, tanto nacional como internacional; tocó temas científicos con gran soltura, me explicó en detalles rutas de viajes por los cinco continentes e incluso por los polos; filosofó sobre la vida en general nombrando a grandes pensadores e incluso se atrevió con comentarios del mundo del corazón.
Toda aquella charla me anonadó tanto que me puse a fijarme en su aspecto intentando avanzar en mis pesquisas sobre él, pero no soy ningún Hércules Poirot ni un Sherlock Holmes ni un inspector Maigret, sólo pude llegar a la conclusión de que sus ropas eran viejas y un poco raídas; su pelo era largo al igual que sus uñas pero estaban impecables, su piel morena y cuarteada por el sol y la vida a la intemperie le hacía parecer, junto con su barba, más viejo de lo que era, aunque realmente no era mayor;su equipaje consistía en un viejo petate marinero y una mochila de cuero oscurecida por las inclemencias del tiempo, pero era lógico sabiendo la vida que llevaba, si se movía tanto llevaría como buen viajero lo imprescindible. Fue un momento al baño y como último recurso para mis torpes averiguaciones contemplé su caminar, era de andares firmes y elegantes, con esa clase que no se compra con dinero sino que se nace con ella, era todo un caballero por mucho que no llevase ropas finas. Cuando se sentó me dejó de piedra, me preguntó por mis conclusiones mientras me miraba entre divertido e irónico; después de intentar no sonrojarme como un niño pillado robando caramelos, le respondí la verdad, le dije que no tenía ni puñetera idea sobre que pensar.
Lanzó una sonora carcajada y me contó a grandes rasgos su vida. Había nacido en un barrio obrero de una ciudad industrial de la cual no me dijo su nombre, creció en un entorno humilde con una familia normal, le habían inculcado el amor por la lectura de todo tipo y el afán por aprender siempre; estudió una profesión y ante la crisis en su ciudad emigró, trabajo en diferentes cosas hasta encontrar el que creía un puesto estable, pero hubo recorte de plantilla y se encontró en la calle y así empezó su éxodo. Me dijo que lamentaba decepcionarme y no ser alguien importante venido a menos, ni ser una persona con una trágica historia de amor, ni ser una víctima de algún tipo de enajenación. Me uní a su risa fresca con una sonrisa de complicidad y así estábamos uno frente al otro cuando oímos al revisor, me ofrecí a pagarle el billete a donde quisiera pero, sonriéndome con los ojos, declinó mi oferta con la cabeza, me estrechó la mano e inclinándose hacia mí me susurró al oído su nombre.
El tren arrancó de nuevo, pegado a la ventana contemplé como se alejaba por el andén sin mirar atrás, el cristal se empañó con mi aliento mientras mis labios decían "Adiós Nadie".
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