Se encontraba en una tranquilidad muy rara para ese espíritu salvaje de sus cabellos negros y lacios a olor de cítricos, el sonido de su respirar lento, me dejaba conmovido y repetía en voz baja “solo cuando duermes, el mundo ya puede descansar de las interrogantes, esas que te hacen ir y venir a todos los espacios, nuestros espacios, cruzados de nuestra piel”, ella era extraña por muchas razones felizmente todas engendradas de su ser , ya el sencillo hecho que nuestra relación no tiene fechas en el calendario marcados , ni formalismos esos que la sociedad adora y nos somete., solo cuando dormimos juntos, escogía darme los pies en la cara, en lugar de su cara pecosa, tierna y traviesa y a pesar de eso, a mi me encantaba esa posición porque podía jugar con sus pies y cuando dormía profundamente entre sus sueños de algodón dulce de feria del hogar, podía reposar junto a ella, y le acariciaba el ombligo mientras veía ese espectáculo que era asombroso e instantáneo , ella se despertaba con una gran carcajada, y me miraba y se quedaba de nuevo enredada entre los espacios de mi piel y el juego, ese juego fiel de sentir los volantines de circo , las figuras danzantes en nuestra cama, la pasión nos llenaba y mientras escalaba sus pequeños andes, ella jugaba con mis piernas de futbolista bien contorneadas, mientras me entregaba a su vaivén, ella siempre estaba distraída, me miraba y sonreía pero no miraba de frente, tan solo sonreía mientras se movía y decía frases incomprensibles en su francés bien hablado para mi español analfabeto de sus dialectos, y ya cuando mi brutalidad quedaba a flote volvía a sonreír y agarraba sus pertenecías, el vestido celeste de verano ese que me gusta tanto y se peina con dos colas, coge el sombrero de paja que el traje de mi viaje a Piura, y se vuelve a reír, y me observa del perfil más allá del cuerpo desnudo, y me dice hasta mañana....
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