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“Un paso a la vez…, así…, así…, suavemente. De esta forma te irás acostumbrando a los aparatos y un día saldrás corriendo a la calle a jugar como si nada”.
Mira de reojo al niño que sonríe al comentario. Saben que fue una mala mentira y una forma estúpida de dar ánimos. Después de la salida del hospital, ambos intentan convencerse de que todo estaría bien de nuevo, que la vida seguiría normal para ellos, como cuando él llegaba del trabajo y veía a su esposa e hijo durmiendo en la cama y hallaba su fría cena servida junto al dibujo que el pequeño hizo mientras lo esperaban. Entonces se daba cuenta que nunca jamás sería lo mismo, faltaba alguien, eran ahora dos hombres de distinta edad platicando con el vacío de una mujer muerta. La mueca en la que su sonrisa ha mutado parece un amorfo y maloliente hígado de cerdo.

“¡Pá!, léeme el cuento de las palomas y los pichones, mi mamá me lo contaba mientras desayunaba”.
“¡Claro! aunque debemos apurarnos pues ya tengo que irme, se me hace tarde”.Semehacetardesemehacetardesemehacetardesemehacetardesemehacetarde. Las palabras revuelan dentro de la casa. Una caja de Pandora se agrieta y deja salir el deja vuh infinito: “Se me hace tarde”. Esa frase fue la última que le dijo a Ana; ahora, en las condiciones en las que todo había terminado, Javier ya no sabe las horas que se han quemado en la llama leve que habita dentro suyo. Más le duele aceptar que esta vez “lo-último” no tiene salidas de emergencia y es concretamente eso: Un fin, una terminación, el rabo del asunto que llegó de frente y sin permiso.
Aquella tarde gritó desde el marco de la puerta: ¡Se me hace tarde! y corrió hacia el paradero. No ha podido localizar aún la maquinaria que entienda y repase los lapsos en que su vida se ha fragmentado, el tiempo, los recuerdos, las imágenes que llegan a su cabeza a partir de esas últimas palabras recitadas por costumbre, llegan como un collage pegado sobre el lomo pardo de un gato ciego.
Javier tiró todas las fotos de Ana para que Guy la fuera olvidando; primero la imagen…, luego será el recuerdo. Rompió todos los espejos para que evitar que viera las heridas de su cara y la grotesca condición del cuerpo reforzado con hierros y férulas.

Cuento en sentido contrario: 10…, 87, je m’apelle Ana…, 0…, 3.14-sistema binario…, 0-1-0-1-0-1-0-0-0-0. síndrome de Capgras…, 3/1…, ê…, 14…, encanto…, todos ustedes me la pelan!!! 578 entre la raíz cúbica de un megasporófilo…, Asterisco…, 2”.008., sindicato de anarquistas…, Olvídalo todo y sal corriendo que SE ME HACE TARDEEEEeeEEEEEE…, 5…, pegado!!!!! quedó se sentado quedó se que el y

Los periódicos hicieron con sus títulos más escándalo de lo que en realidad sucedió: ¡AMANTES MUEREN DE AMOR EN EL MERCADO! ¡EL FUEGO DE LA PASIÓN QUEMÓ EL BAÑO DEL MERCADO “LA SENDA”, “LA CALENTURA NO LES DEJÓ SALIR DE DONDE HACÍAN SUS COCHINADAS” Nadie reparó en el cuerpo del niño hallado con vida, que esperaba fuera del baño a que saliera su madre.

“¡Pá!, léeme el cuento de las palomas y los pichones, por favor”. Guy alza el libro con la mano buena. El texto es casi una antigüedad, pero él y Ana tenían una fascinación por las cosas viejas, iban por las tiendas de seminuevos buscando ese tipo de “joyas”. La portada tiene un dibujo con crayones en colores primarios, no hay letras. Javier abre el libro. ¡MALDICIÓN! ¡Está escrito en francés!
“Mira, te voy a leer mejor este de las catarinas azules, el de las palomas me da miedo”. Javier intenta engañarlo por el momento. Más tarde guardará el libro para que Guy no vuelva a pedir su lectura.

“Pero es que ese no me gusta, ¡dale, cuéntame el de las palomas!”.

“¡NO CARAJO! ¡¿QUE NO ENTIENDES QUE ME DA MIEDO Y NO VOY A PODER DORMIR EN LA NOCHE?!
El bramido de impotencia deja a los dos petrificados, esta relación no inicia de buena manera. Javier se percata de que esta es la plática más larga que ha tenido con su hijo. Guy permanece quieto, con los ojos como hojas llenas de agua, sabe que ante Javier no debe llorar como lo hacía con su madre. Baja la cabeza y las lágrimas corren libremente por la cara, el libro cae al suelo y el pie de Javier lo empuja suavemente bajo la cama.

“¡Perdóname Guy! No quería gritarte, lo que pasa es que…., me da miedo y no puedo leerlo, dale, te leo el de las catarinas o cualquier otro, pero no el de las palomas, ese no puedo. No te gustaría ir al parque por un helado?”.
Guy alza la cara sonriente y abre los brazos para que Javier lo cargue, le gusta mucho ir al parque y también el helado de limón. Sabe que en el camino hay una barda saturada de carteles. Uno de ellos es amarillo con muchas letras grandes y encimita de las letras hay una foto pequeña de su madre, se promete en silencio:"Esta vez no se escapa, ahora sí me la traigo a casa”.

Texto agregado el 20-01-2006, y leído por 190 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-01-2006 Falto de toque el_pacha
20-01-2006 Ha tenido que pasar mucho tiempo para que pueda colocarle a un texto el título de EXCELENTE. Esta todo redondo: la historia, los personajes, la manera tan fina de ir diciéndole al lector lo sucedido con la madre; el relato de la convivencia post morten, la esperanza de Guy, pero sobre todo el estilo impuesto a lo largo de todo el texto, de principio a fin, innovador por partes. Es un cuento realmente sobresaliente. Felicidades y mil estrellas. Gracias por regalarnos esto que está tan bueno. cvargas
 
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