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Carlos salió corriendo de su casa, corría alegre, casi como una cometa que está en todo lo alto y se siente única y soberbia pues está libre, así corría el niño hacia la casa de su mejor amiga- o tal su primer amor- tenía apenas siete años y unos cachetes rosados muy curiosos que se ponían calientes y cogían un color mas fuerte cuando corría. Llegaba a la mitad de la otra cuadra y se paraba frente a la casa de Larissa, podían pasar minutos o tal vez muchas horas en que Larissa se diera cuenta que Carlos estaba afuera. Él ahí aguardando, mirando con los ojos tristes y medio impaciente aquella reja blanca, esperando que se abra esa puerta de fierro y lunas y ver a su amiga.
De pronto la cerradura de la puerta sonó, Carlos casi mecánicamente se sobó las manos en el short y se las pasó por el pelo como arreglándose el peinado engomado que le había hecho su mamá. En ese momento el tiempo se detuvo para Carlos. Esperaba impaciente a ver quien era la persona que salía de la casa, y era ella, linda traía un vestido de rayas celestes y sus rulos castaños que le caían en la cara, la hacían ver perfectamente una princesa.
Carlos cruzó la vereda y se acercó a la reja, bajó la mirada un poco y se vio reflejado en el piso rojo perfectamente lustrado de la casa de Larissa. Ella lo miró y lo hizo pasar,
-Entra, espérame aquí, traeré la caja de juguetes-
-Está bien- dijo con voz suave y tímida.
Él la observaba que se iba y sus ilusiones se iban con ella, era como si la vida se le fuera, como si aguantara la respiración solo hasta que ella regresara y le devolviera el aliento.
Cuando volvía sabia que lo hacía con su hermana Linda, que no se que enfermedad tenía pero no podía caminar, era como retraída pero muy tierna y dulce, creo que Díos sabe lo que hace y si ella era así, era porque no podía haber alguien más dulce que Linda. Larissa la sentaba a un costado y le ponía unos cuantos juguetes, a Carlos poco o nada parecía importarle los juguetes, su mejor juego era el mirar horas de horas a Larissa.
Eso era de todos los días o al menos cada vez que ella podía salir, pues habían algunas veces en las que ella jamás se acerba siquiera a la ventana que daba a la calle y Carlos se quedaba parado ahí frente a la casa blanca de rejas y de piso rojo muy brillante, con la esperanza de verla salir y el sol que le daba en el rostro hasta dejarlo muy rojo y caliente. O tal vez cuando a él no lo dejaban salir, y su sudor de desesperación reflejaba su martirio, y se sentaba en el sillón viejo junto a la mesa donde hacía las tareas y se ponía a pensar en lo que podía haber pasado ese hermoso día. Los pies le colgaban en la silla que era de la abuela y sus manitas estaban quietas, tenía siempre los ojos desorbitados como mirando a la nada.
Así pasaron los días y los años, ambos crecieron y Carlos tuvo que viajar pues sus padres irían a trabajar a una provincia lejana y dejarían aquella ciudad y él dejaría a Larissa. Nunca la pudo olvidar en cada enamorada que tuvo en la adolescencia siempre la imaginaba, en las carisias tiernas sobre una piel olorosamente agradable y apresadora siempre era el olor a ella. La idea idealizada siempre era volver por ella, volver por ese amor, tal vez su primer y único amor.
Un día Carlos se despertó y se fue al baño a lavarse, mientras se cepillaba los diente se advirtió ya con barba, un poco más maduro, estaba seguro de la estabilidad que tenía y era hora de volver, volver por Larissa, la mujer que jamás olvidó y que por el contrario fue su único ideal. Así que terminó de lavarse cogió una mochila metió unas cuantas prendas y se dispuso a iniciar el viaje de regreso a aquella ciudad que lo vio en su mejor etapa –la infancia- esa etapa que marcó y determinó el resto de su vida. Habló con su madre y le hizo entender que su vida era ella, aquella mujer que nunca olvidó y que ahora debía regresar a ver y convencerse deque no era cierto lo que su mamá le decía; que ella tal vez se había olvidado de él y que tal vez hasta casada esté. Ambos tenían ya 22 años.
No hizo caso de nada y emprendió el que sería el más arduo de sus viajes.
Mientras iba en el bus pensaba en que será de ella, como se verá ahora y lo más importante, si se acordará de él. Mientras pensaba se quedó dormido hasta que una voz de niño grito cerca de su oído en el asiento de atrás -mamá, mamá ya llegamos- Carlos abrió los ojos y efectivamente había llegado a Chiclayo. Rápidamente, acomodo su mochila que traía junto a los pies y bajó. Sintió el aire fresco del verano norteño y se sintió bien, cogió un taxi que más parecía una carroza fúnebre y no solo por el aspecto demacrado y tétrico del taxista sino porque era una station wagon negra con rayas azules a los costados. No le importó, estaba impaciente quería ver a Larissa, llegó a la casa donde pasó muchos años ahí encontró a un tío que tenía una bodega desde que el era un niño, es más la tenían desde antes que el naciera.
Llegó se instaló se dio un baño de agua fría y mientras el agua chorreaba por su cuerpo, pensaba con los ojos cerrados en aquella niña delgadita que se acercaba a la ventana de su casa que daba a la calle y lo miraba y a los pocos segundos salía a jugar su mejor juego. Terminó de bañarse y tomó desayuno, conversó con su tío de cómo estaba la familia en Lima y todo lo que se conversa tal vez por inquietud o por compromiso.
Luego del desayuno, Carlos le dijo a su tío que saldría a dar un paseo, su tío asintió y le recordó regresar temprano para el almuerzo.
Con los pies temblorosos y un poco apurados salio de la oscura sala y el gran sol Chiclayano le dio de frente en la cara y de inmediato le puso los cachetes rosados, caminó rápido hacia la siguiente cuadra y casi a la mitad bajo la velocidad de sus pasos. Levantó lentamente la cabeza hacia la casa blanca del impecable piso rojo y los ojos se le desorbitaron, sintió una gran congoja, una mezcla entre ganas de llorar y de patear aquella puerta de rabia. Las paredes estaban sucias, el piso tenia una leve capa de tierra como si no lo hubiesen limpiado en semanas, y en la ventana, esa ventana por la que él veía a diario una nueva razón para vivir, tenía algo que lo dejo con la boca abierta. Volvió a ser aquel niño de los cachetes rosados por el sol, regresó el tiempo y la vio ahí parada con sus hermosos rizos castaños llegándole a las mejillas, sintió el pelo engomado y las manos sudorosas, y se reflejo en el piso rojo mientras posaba sus manitas en las rejas blancas de aquella casa.
De un solo palmazo regreso a la realidad, volteó asustado y vio que un tipo orejón lo miraba sonriente, Carlos solo veía la sonrisa pues estaba en contraluz.
-soy yo Paco, ¿no te acuerdas de mi? Tú no has cambiado nada eh, sigues teniendo ese color tan chistoso en los cachetes.
-¿Paco?-
-Claro ¿Quién más?
Se dieron un gran abrazo y conversaron por horas, pero en un momento dado Carlos se quedo callado y pensativo, levantó la mirada y vio otra vez aquello que lo había dejado con la boca abierta, en la ventana sucia de la que alguna vez fue una impecable casa blanca había un letrero pintado con plumón que decía se alquila.
Paco lo miro y miro a la casa. –ah ¿te causa extrañeza verdad? Pues se fueron hace un par de años, Linda mejoró mucho en su enfermedad y la madre tuvo que viajar a Trujillo primero se fue ella y luego las llevó, de vez en cuando viene una señora que no se quien es a limpiar pero como veras no viene muy seguido.
-¿Sabes dónde viven exactamente?-
- No, nadie lo sabe, Aunque la señora Rosa es la que esta encargada del alquiler de esta casa-
-Si tanto te interesa podemos hablar con ella- dijo Paco.
Conversaron con la señora Rosa y ella tampoco sabía donde estaban, escuchó que en unas calles cerca de la plaza principal pero nada más, ella solo tenía contacto con un primo lejano de la familia de Larissa quien se quedó a cargo de la casa.
Carlos agradeció la compañía de Paco y prometió buscarlo en la tarde para tomar unos tragos.
Regresó a la casa de su tío, almorzó casi sin ganas y pensativo y le dijo que había recibido una llamada muy importante y tenia que regresar a Lima ese mismo día, el tío preguntó su algún problema con su mamá y Carlos dijo que no que eran cosas personales, el tío César asintió y Carlos ni bien termino de almorzar cogió su mochila y se fue a Trujillo.
Llegó casi entrada la noche, el cuerpo le dolía de estar tanto tiempo de un bus a otro y sin poder descansar. Se registró en un hotel barato en el cual no pudo dormir debido a los constantes gritos producidos por los actos amatorios de fortuitas parejas.
Se durmió como a las cinco de la mañana y se despertó a las diez. Salió a desayunar y sabía que su búsqueda debía de empezar. Desayuno en una carretilla un pan con algo que ni él mismo sabía que era pues no tenia ni sabor ni color, debió ser pollo por como estaba deshilachado un baso de café caliente, que al parecer se habían excedido en agua. No podía darse el lujo de gastar pues su presupuesto no contaba con gastos extras. Así que mientras caminaba por una avenida que estaba cerca de una iglesia que ahora servia de auditorio a una universidad nacional. Vio en un balcón a una señora barriendo, Carlos decidió preguntarle a ella, pero la mujer con escoba en mano le respondió fríamente que no sabia nada de nada y que la dejara tranquila. Siguió su camino y en un restaurante medio oscuro preguntó, la mesera una chica de aspecto totalmente serrano le dijo que parecía que conocía la familia Rivas, no estaba segura pero si sigue tres calles para abajo y doblas a la izquierda en una fachada que dice “comedor popular” al frente en una casa blanca vivía una familia apellidada Rivas y que tenían una hija que no podía caminar.
Según las indicaciones llegó a aquella casa, tocó un poco desesperado y le abrió una señora muy mal arreglada, le preguntó por ellas y la señora le dijo que si que era verdad que habían vivido ahí pero que se fueron hace mucho tiempo. –Pero ¿Sabe donde están?
-No- le respondió y le tiró la puerta en la cara.
Carlos estaba devastado, pensaba que tal vez Dios no quería que la encuentre porque estaba como al inicio sin ninguna pista. Con el ánimo hecho pedazos como una hola cuando revienta contra orilla, regresó al restaurante para preguntarle a aquella muchacha de aspecto serrano si tenía algún dato, aunque sea pequeñito.
Llegó y la encontró ocupada, le dijo que regrese como a las once que ella salía de trabajar. Regresó al hotel y pasó toda la tarde ahí, pues no tenía hambre ni ánimos para nada, todos sus pensamientos eran para ella, hasta se había olvidado de llamar a su casa para que no se preocuparan.
Mirando angustiosamente la hora cada diez y luego cada cinco minutos dieron las diez y cuarenta, se alistó y se fue a buscar a Magnolia, así le diría luego que se llamaría la chica de aspecto serrano. Magnolia, salió de trabajar y lo llevo a otro lugar a tomar un café y ahí le contó su historia y la historia de la familia Rivas, Magnolia también vivió un tiempo en aquella casa de la mujer amargada, alquilo un pequeño cuartito y así conoció a Larissa pues ellos también alquilaban un cuarto en aquella casa, pero se salió por el carácter de la mujer que es dueña del caserón, no soportaba que llegara tarde y eso no podía ser de otra manera pues salía tarde del trabajo y a veces se iba a las fiestas populares con sus amigas y novio. Le contó que una vez en una conversación Larissa le dijo que su mamá pensaba irse a Huancayo porque tenían familia por aya.
Carlos se sintió mal, las manos le comenzaron a sudar frío y los ánimos se le decaían, salió del café con las manos apretadas y las esperanzas sepultadas en la más fría de las noches.
Llegó al hotel y al parecer sus sentidos se atrofiaron pues no escuchó ni un solo ruido, aunque sabía que los cuerpos sudorosos de los amantes de entremezclaban con los gemidos placenteros y las contracciones orgásmicas hacían rechinar las camas, pero el estaba absorto, ido como muerto en vida, tal vez lo estaba y no se había dado cuenta.
Amaneció y cogió su mochila ya un poco desordenada y con ropa sucia por lavar, metió su mano al bolsillo y vio que solo tenía cuarenta soles. Debía de decidir o regresar a Lima o seguir a duras penas su casi inútil búsqueda.
Era una persona decidida y de retos, había salido de Lima con una sola consigan y tenía que lograrlo.
Amaneció, cogió su mochila y salió para Huancayo. Una vez que llegó tenía que conseguir dinero, antes de hospedarse, tenía que conseguir un trabajo de lo que sea, no importaba ahora nada más que seguir en la búsqueda, por buena surte encontró un puesto de limpieza en un restaurante junto a un terminal terrestre. Se paso tres semanas así trabajando mañana y tarde y sin poder salir a buscar a Larissa, pero en las noches paseaba por las principales calles de Huancayo esperando el milagro de poder hallarla por casualidad, en tres semanas nunca ocurrió. Justo al cumplirse la cuarta semana, casi al mes conoció a una hombre que se hizo amigo de él rápidamente conversaron Carlos le contó su vida y él le dijo que conocía a un amigo que había sido policía y que ahora estaba de detective privado, Carlos frunció el seño y pensó que eso tal vez le costaría mucho dinero, el amigo se lo imagino y le dijo no te preocupes que yo converso con el y le cuento tu caso es muy buena gente te ayudará te lo aseguro. Una leve esperanza le volvía a sonreír esa noche durmió tranquilamente, a los tres días volvió a aquel amigo casual y venía efectivamente con otra persona, le contó rápidamente su caso y el prometió que lo ayudaría por solo trescientos soles, Carlos pensó y era las tres cuartas partes de lo que recibiría ese mes.
Pero no importaba el había ido hasta ahí por eso y lo haría además casa y comida se lo daban ahí en el restaurante así que no lo dudo más y acepto.
Los días pasaron y no había señales de ninguno de los hombres a los cuales había confiado sus esperanzas la mitad de la paga. Se sentía un idiota había sido estafado de la peor manera, de la manera más infantil. Había perdido un mes, un mes por las puras sin dinero suficiente y sin ninguna esperanza. Y justo mientras se golpeaba la cabeza por lo idiota que pudo haber sido, apareció aquel policía retirado y le dijo;
-Mi amigo le traigo buenas y malas noticias-
-Déme las buenas noticias primero que ya las necesito-
-Pues encontré donde vivió Larissa Rivas y su familia-
-¿Vivió?-
-Esa es la mala-
Los ojos de Carlos se volvieron a desorbitar y el sudor de las manos que no había sentido desde hace mucho tiempo le volvió al cuerpo.
-Elle vivió aquí hasta hace tres semanas, las personas dicen que encontré me dijeron que algo pasó en la familia y se fueron.
-¿Algo pasó? ¿Le pasó algo a Larissa?-
-No, no lo sé, pero tengo otro dato adicional.
-¿Cuál es?
-Se donde están ahora-
-¿Dónde?
-Están en Cusco, en una ciudad llamada Aguas Calientes, es la ciudad más cercana a las ruinas de Machu Picchu, ahí la señora tienen un primo que tiene un hotel llamado, “Green Paradise”
Carlos no aguantó más hablo con el dueño del restaurante, le agradeció por todo y le dijo que se iría a la mañana siguiente y que le pagara el resto de lo que le debía.
Recibió su pago y al día siguiente salió para Cusco.
Al llegar a Cusco averiguo el primer carro que salía para Aguas Calientes, pero eran las seis de la tarde, así que tendría que esperar hasta la mañana siguiente a las nueve.
Esa noche, como muchas otras no pudo dormir, las ojeras eran evidentes, tenia ya la barba muy poblada así que decidió asearse y descansar un poco aunque no podía dormir cerraba los para que no le dolerían mucho al día siguiente.
Dieron las siete de la mañana y fue a desayunar paseó por la ciudad imperial por un rato, vio sin mirar muchas cosas, escucho sin oír de todo, nada lo despejaba de su objetivo; Larissa.
Llegaron las nueve y cogió un autobús, no se dio cuenta cuanto demoro en llegar, para él fue una vida entera. Tanto que quedo dormido con su mochila sobre las piernas. Fue como una sola pestañeada, el juraría que solo durmió un segundo, los ojos le dolían cuando un señor de bigotes le aviso que habían llegado, se froto los ojos y se dio cuenta que su mochila no estaba le habían robado. En otras circunstancias habría hecho un escándalo, pero ya nada importaba vería por fin a la mujer por la cual estaba dispuesto a pasar eso y más.
Bajo del bus y le preguntó a un taxista donde quedaba el hotel “Green Paradise” el taxista lo llevó, pagó desesperadamente y bajo de igual manera, en la recepción un señor blanco de ojos claros y con expresión amable del pregunto por cuanto tiempo se va a quedar?
Carlos respondió que no venia a hospedarse sino a buscar a una persona, la expresión de hombre cambió a intrigante y le dijo que la identidad y seguridad de sus clientes era restringida. El respondió;
-Busco a Larissa Rivas-
El hombre ahora tenía la expresión de confusión.
- ¿Cómo conoces a mi sobrina?
- soy amigo de la infancia y he venido a buscarla-
Será mejor que llame a su madre para que converse contigo. Carlos miro extrañado y replico en voz baja, yo no quiero ver a la madre, quiero ver a Larissa. El hombre lo miró serio con el auricular en la oreja.
A los minutos la señora Gretta bajaba con una desconfianza que se demostraba en sus lentos pasos.
-Hola, ¿Eres tú quien busca a Larissa?
-Si así es- respondió un poco excitado Carlos,
-¿Puedo verla ahora?
- Me temo que no. Tengo que contarte algo- le dijo y lo tomó del hombro y lo sentó en el sofá de cuero negro que estaba en la recepción.
Cuando salimos de Chiclayo el ánimo de Larissa fue cambiando, se volvió un poco desganada, estuvimos así y de lugar en lugar hasta que llegamos a Huancayo, alquilamos un casa de dos pisos yo trabajaba como secretaria donde iba y eso nos ayudaba a subsistir. Una noche llovió muy fuerte y al día siguiente Larissa estaba limpiando las escaleras externas de la casa y resbaló. Me asusté mucho y la llevé a la clínica, me dieron una mala noticia, Larissa había perdido la memoria, está como una niña no recuerda nada y más aun con el ánimo desganado el doctor me dijo que era difícil que la recobre y me recomendó aire fresco un lugar tranquilo y descansado donde pueda tener ganas de volver de ese estado.
La señora siguió contándole muchas cosas más. Carlos la miraba sin verla, se había quedado en la parte en que Larissa no recordaba nada, el resto no le interesó. Necesitaba verla, quería abrazarla con urgencia, sentirla.
-¿Puedo Verla? Preguntó en un tono tímido.
-Claro que sí dijo la mamá pero que vuelva porque fue a dar un paseo con su hermana, ahí también le contó que su hermana Linda había evolucionado favorablemente a muchas sesiones de rehabilitación y ya podía caminar aunque con dificultad pero lo hacia, y todas las mañanas salía con Larissa a dar un paseo.
Fue mientras conversaban que una silueta apareció por el costado de su ojo y dijo;
-¿Hola tío, y mamá?-
-Esta ahí- y le señaló con la cabeza hacia el sofá.
Carlos miró como aquellos rizos castaños le caían sobre la cara, y la hacían ver más princesa que nunca, y vio que había desarrollado más de lo que pensó. Se le vino a la mente una canción de un cantante nacional. Pero el alma se le hizo pedacitos cuando escuchó que en un susurro le dijo a su madre -¿Quién es él mamá?
La madre le explicó y Carlos le extendió la mano y ella también, y le dijo mucho gustó y el estómago de Carlos comenzó a revolotear, sintió sus cachetes rosados y las manos sudorosas.
La observó y por la tarde dieron un paseo él le contó como un cuento la infancia vivida, pero no le contó todo lo que pasó por buscarla.
No podía creer que pasar toso eso y ahora era como volver al inicio de una vida, de todo.
Trato por todos los medios de convencer a la madre para que regresen a la casa de Chiclayo, estaba seguro que volver a ese ambiente la haría recordar la memoria. La verdad era que Carlos no soportaba que la mujer a la que él amó desde siempre, lo trate como un extraño.
Así que en una semana estaban ya en Chiclayo de regreso, la casa más o menos abandonada no la habían alquilado y estaba disponible para habitar. Carlos se alojo en la casa de su tío César a una cuadra y media de la de Larissa.
Pasaron los días, Carlos se instaló en Chiclayo, encontró un buen trabajo y todos los días iba a visitar a Larissa pero lamentablemente no había ni un mínimo de mejora.
Un domingo Carlos salió como a las diez de la mañana de la casa de su tío César. Caminó despacio hasta llegar justo en frente de la casa de Larissa se paró y el sol le daba justo en la cara y como un milagro celestial apareció ella por la ventana que da a la calle y lo miro, una sonrisa el iluminó el rostro y a Carlos la vida. Bajo corriendo y el cerrojo de la puerta sonó. Carlos volvió a ser el niño, aquel de los cachetes rosados y Larissa la niña de los rizos reales y herederos de una corona del reino de subjetivo que él creo para ella. Esa niña de vestido de rayas celestes. Él un niño de pelo engomado y manos sudorosas que limpia en su short verde petróleo de tela.
El cerrojo termino de sonar y la puerta se abrió, Carlos corrió y Larissa abrió la reja y le dijo; - Recuerdo todo-
Ese fue el inicio, el verdadero inicio de un amor que duró más haya de de todo obstáculo, y aunque la memoria se pierda la esencia queda impregnada en cada poro, en cada sueño, en cada recuerdo.

11 de diciembre del 2005
4:03 a. m.

Texto agregado el 19-01-2006, y leído por 213 visitantes. (0 votos)


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