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Una señora se interna en una residencia exclusiva para mujeres. No quiere ser molestada por nadie. A su edad quiere descansar del mundo y de los hombres. Está resentida y su mirada no es una mirada triste y melancólica como suele ocurrir en los ancianos. Su mirada es una mirada amarga. Mira al mundo y quien lo compone con odio y aversión.
Siempre tuvo todo lo que necesitó. Es de familia noble, con tierras, y nunca le faltó de nada. Disfrutó de todo hombre a quien deseó y los desechó en cuanto quiso. Nunca se comprometió con nada y nada le costó trabajo. Ahora, en su vejez, nada le aporta satisfacción. No ama nada de lo que tiene por haberlo obtenido sin esfuerzo. Ninguna posesión suya posee esa doble dimensión material y afectiva que atribuimos a todo lo que nos importa. A ella nada le importa por no haberle costado sufrimiento y ha acabado por despreciarlo todo.
A sus 60 años aún conserva íntegro todo su atractivo. Su cuerpo está maduro pero bien conservado y con la belleza propia de quien ha vivido mucho y bien, de quien se ha cuidado de los excesos y siempre se ha mantenido excelsa. Nunca fue amiga del maquillaje y todo su color es el color que deja el sol tras los años. Su imagen permanece limpia, su interior manchado.
Mientras ella pasa las horas bordando, haciendo oídos sordos a todo el que le habla y mirando el cielo tras las ventanas, el personal del centro no se explica qué demonios hace una persona así internada. Poco a poco va convirtiéndose en el tema de conversación. Hay un interés creciente por observar su conducta a sus espaldas buscando motivos. Es una residencia de lujo, una especie de palacio para princesas de otro tiempo, desquiciadas y presas de una condición social que el nuevo siglo ignora. Muchas de ellas han perdido la cabeza y deambulan por otros mundos pero éste no es su caso.

Entre quienes dedican su tiempo a tratar a las ancianas hay un hombre joven, de unos treinta años, enfermero de profesión y bien parecido, que ha captado su atención. Nunca un hombre captó de esta forma su atención. Jamás han hablado. Ella le observa correr alarmado desde el salón donde pasa su tiempo. Él debe encargarse de los casos extremos, de quienes están realmente mal, y de entre éstos todos los días surge una llamada de alerta, a veces incluso dos. Ella le observa correr por el pasillo. Desde la sala de enfermeros hacia el ascensor, en dirección al piso primero, al sanatorio. Él ni la mira.
Un día lo hará. Un día se fijará en ella y todo será diferente. Un día ella captará la atención de éste hombre tan atractivo y que tanto le atrae y se harán amigos. Primero amigos y después confidentes. Ella le contará todo lo que la ha convertido en lo que es ahora, le abrirá su corazón y, con el tiempo, él hará lo mismo. Le dirá que tiene tres niñas y eso a ella le parecerá muy bien porque piensa que una persona ha de dejar un legado en la tierra. Le contará como su mujer murió y eso dirá mucho de él porque un hombre tiene que tomar decisiones y acatar responsabilidades. Pronto esa atención que él despertaba se convertirá en amor y ella lo sabrá aunque nunca haya sentido amor por nada. Le amará desesperadamente y el corazón le saltará del pecho si él está presente.

Siente que ya no desea estar encerrada. Antes se sentía enferma y ahora se siente curada. Quiere salir, ser una persona normal y disfrutar de los años que le quedan, todavía son muchos. Quiere vivir la vida junto a él y cree que él siente lo mismo. Decide proponérselo y él acepta encantado. Él le dice que en el momento en el que salga vivirán juntos pero que es conveniente que permanezca dentro un poco más. Pueden seguir viéndose allí como hasta ahora, todos los días. Le dice que no se preocupe, que él se ocupará de ella.
Siente el terror y la desesperación. Él no le ha prestado su atención porque sienta atracción hacia ella sino porque piensan que se ha vuelto loca. La han tenido meses engañada y no se ha dado cuenta. Poco ha poco se ha ido sumiendo en su mundo interior olvidando donde estaba y quien era con anterioridad. Ha pasado las horas pensando, mirando el cielo tras las ventanas esperando a que él se le acercase, a que le tocara su turno y han pensado que estaba desquiciada como todas esas señoras de la primera planta. Mira el cartel y ahora está en la primera planta. Grita exclamando que no está loca, que antes puede que lo estuviera pero ahora no lo está. Grita pidiendo que la dejen salir en vano. La familia ha dado su consentimiento. La van a mantener internada hasta que se cure, hasta que vuelva a ser la de antes.
Grita y grita y cuando se cansa de gritar se sienta, coge aguja e hilo y sigue bordando.

Texto agregado el 17-11-2003, y leído por 184 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
17-11-2003 Buen trabajo. Necesita pasar por la lija para ganar en forma lo que le sobra en fondo. Esa locura coparticipada me ha recordado a Becket cuando dice "Todos nacemos locos. Algunos siguen siéndolo toda la vida." Le vermos caminar estimado. Bienvenido. gracias por compartirlo hache
17-11-2003 muy bueno. muy muy bueno. sduv31
17-11-2003 Un aplauso sentido, una maravilla que te haya encontrado. Esto es muy bueno, esa narración que haces en futuro, que pasa por sus sentidos, que quiere suceder y no puede por las circunstancias es genial. Sea ficción o basado en algo que hayas conocido, poseen tus letras un valor monumental que ya lo describió Oscar Wilde alguna vez: "El único deber que tenemos con la historia es escribirla." Bravo, Christian y bienvenido. Gabrielly
17-11-2003 Que bien narrada la locura de alguien desde su punto de vista. Y seguramente asi deve de ser, inconsciente de que lo está. Mis felicitaciones. Eddy_Howell
 
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