Esta es la típica historia del amigo de mi amigo del primo-hermano del mayordomo del palacio plátano de su esposa la blanca y luminosa señora Bombal.

Cuentan que había un niño en una cancha de fútbol que le gustaba jugar a un extraño juego: patear sandias en la cancha con dirección a los postes de los arcos de fútbol y morir de la risa cuando estos explotaban. El niño gastaba todo su dinero en sandias no importaba si las sandias eran chicas, grandes, cuadradas o redondas, si eran sandias él era feliz pateándolas. Como es sabido, solo en verano hay sandias ya que estas más tarde emigran hacia las cuevas de Catalú donde practican su extraño ritual de apareamiento, así que el niño todo el resto del año pateaba sandias imaginarias. La gente del barrio decía que ese niño estaba loco, lo apuntaban con el dedo, se alejaban de él y las madres no permitían que sus hijos se juntaran con tan chiflado personaje. Niño Sandio le llamaban. A él no le importaba que lo llamaran de esa manera y seguía feliz con su juego, hasta que un día se encontró aburrido de patear sandias a los postes de los arcos y pensó que sería muchísimo más entretenido y didáctico patear cabezas de personas, vería como explotarían chocando contra el travesaño y miraría alucinado como saldrían volando los lindos sesos.