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CRÓNICAS DE SAN JOSÉ DE MAIPO
EL SAPO Y LA SERPIENTE


Manolo, mientras aprieta la cincha del Pelusa, su caballo alazán, piensa en la Rosita que lo está esperando en su casa en el pueblo, detrás del negocio “La Frontera” de la Sra. Laura.
El pedazo de tierra de su padre está en las afueras de San Gabriel, en el faldeo de la montaña, regado por una vertiente que mana de entre las rocas. Tenía poca hambre y apenas probó el almuerzo que preparó su madre.
-El Manolo está muy re-enamorado. Ya no quiere ni comer- le dijo su madre a su papá riendo socarrona.
-Déjelo tranquilo,.mire que se puso todo colorado. Está en su derecho. Ya es un hombre que está entrando a los veinte-
-Pero que siga estudiando. No se le vaya a ocurrir casarse tan joven-
-Mamá. Sólo estoy pololeando y Ud. sabe que ahora que terminé el Liceo quiero estudiar apicultura para tener un futuro seguro-
-Es que tú mamá le tiene celos a todas las mujeres que te miran- agregó don Lucho riéndose mientras la señora Luisa los miraba sonriendo.
Colocó la alforja delante de la montura. Dentro un queso de cabra con orégano, un par de panes amasados, una botella de cerveza y otra de agua mineral. A la Rosita no le gustan las bebidas de fantasía. Dice que engordan, pero un traguito de cerveza le gusta de vez en cuando Está esperándolo para subir al cerro, ese del bosquecillo de quillays, regado por una vertiente.
Al paso se dirige primero a la propiedad de don Jaime Vásquez, quien le entrega su lazo que le había prestado. “Buena persona don Jaime. El mejor arriero de la zona. Ha perdido dos de sus hijos, pero lleva su dolor adentro, como todo un hombre. Siempre dispuesto a echarle una mano a los vecinos que le piden un favor” se dice para sus adentros, después de despedirse.
La Rosita lo está esperando. Se puso unos pantalones a media pierna y su blusita corta que deja ver sus caderas. El pelo castaño recogido en un moño y un poco de pintura alrededor de sus ojos pardos y alegres. En una semana cumplirá los dieciocho, pero parece tener una edad indefinida. Una mezcla de niñita y de mujer, de ingenua y de sana picardía. Eso es lo que más le atrae a Manolo. De repente busca su protección pero cuando quiere, se las arregla sola. Es práctica y a la vez romántica. Cuesta conocer a las mujeres. “Bueno, mi papá me dijo que uno nunca termina de conocerlas. Así será”.
-Hola Manolo. Me voy a despedir de mi mamá y vuelvo al tiro-
-Claro Rosita, te espero-
Van a ser las cuatro de la tarde y el calor pasa los treinta grados. Con la Rosita al anca, el Pelusa sube por el sendero que en media hora los lleva al bosque. Desmontan bajo los árboles y se tienden en la hierba tapizada de dedales de oro y florcitas minúsculas, que crecen en esa tierra siempre húmeda.
-Se ven pocas abejas por culpa de las fumigaciones. Quiero pedirle un préstamo al papá para comprarme unos panales- Manolo le cuenta sus planes a Rosita mientras comen el pan con queso- Están dando unos cursos de apicultura en El Melocotón y me inscribí. El negocio de la miel es muy bueno para exportación-
-¿Y cómo se van a salvar tus abejas de las fumigaciones?- práctica pregunta de la Rosita.
-Porque el SAG prohíbe usar pesticidas que dañen a las abejas. Por ejemplo: yo registro mis panales y si un vecino quiere fumigar sus frutales, trigo o lo que sea, tiene que declarar que clase de pesticida usará-
-Ojalá salga todo bien, tengas hartos panales y me des unos besitos con gusto a miel-
-Empecemos a practicar sin miel por ahora-
Manolo le toma la carita y besa esos labios que tienen para él ese gustito tan rico, más rico que la miel. Pasan varias horas entre queso, charla, cariños y besos. Bajan como a las seis.
Después de dejar a la Rosita en su casa, Manolo se va a “La Frontera” a tomarse otra cerveza. Ahí se encuentra con unos amigos. Entre conversación y conversación, bebió un poco mas de la cuenta y decidió irse. “El trago hay que controlarlo. De lo bueno poco”, se dice. Se despide y se va en busca del caballo.
Medio alegrón, por culpa de la cerveza, monta el Pelusa que parte a paso rápido rumbo a la querencia.
Cerca de la casa hay unos charcos grandes. Al acercarse el caballo relincha y se para en seco. Manolo que iba distraído, casi se cae. En la semi-obscuridad que rompe a medias un farol de la calle, mira que asustó al Pelusa. Metros más allá, hay una culebra bastante grande, frente a un enorme sapo. La serpiente se acerca al sapo y lo olfatea con la lengua, acercando y retrocediendo la cabeza. El sapo está como hipnotizado porque no se mueve, mientras la culebra se prepara para atacarlo y tragárselo.
“¿Qué hago?- se pregunta Manolo- ¿Dejo que se lo coma o salvo al sapo?”
“Mejor lo salvo-se contesta-”
Salta del caballo y toma una piedra. La arroja con fuerza y pasa rozando a la culebra que se enrosca y después escapa, perdiéndose en la oscuridad. El sapo, libre de su enemiga salta a una piedra.
Manolo monta y sigue su camino. Al pasar junto al sapo, este sin moverse de la piedra, abriendo su enorme boca, le dice:
-Gracias Manolo por salvarme la vida-
Manolo se fue pensando en lo que le dijo el sapo, muy sorprendido de lo sucedido.
Al día siguiente, le cuenta a la Rosita su encuentro con el sapo y la culebra.
-Que cosa más rara Manolo. ¿No te parece extraño que un sapo hable?-
-Lo que encuentro más extraño Rosita es: ¿cómo el sapo sabía mi nombre?-


San José de Maipo, San Gabriel, 27 de Noviembre de 2005. Juan Carlos Edwards Vergara

Texto agregado el 19-01-2006, y leído por 3025 visitantes. (0 votos)


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