CRÓNICAS DESDE SAN JOSÉ DE MAIPO.
EL PENSIONISTA
Ha llegado a la parcela un pensionista. Un viejo amigo que se encontró con sus maletas en el lado exterior de su casa, o sea, en la vereda. Al menos estaban correctamente ordenadas todas sus prendas, bien planchadas y dobladas con la meticulosidad alemana que corre por las venas de su mujer o “ex mujer”. Aún no se ha decantado el asunto que la llevó a tomar tan drástica determinación, por lo que es prematuro colocarle apellido a la actual situación contractual, que ojalá se arregle.
Uds. deben haber deducido, para lo cual no hay que ser muy agudo, que el problema es otra mujer. No entiendo porque no hablaron entre ellas y se pusieron de acuerdo en repartirse a mi amigo sin llegar a estos extremos poco civilizados. Al fin y al cabo con un entendimiento sincero, el disfrute y la adrenalina que el infiel encontraba en el juego del engaño, en los besos furtivos, en hacer el amor sobre el escritorio o en escondidos moteles, se acabaría como por encanto. La sistemática distribución de sus fuerzas viriles en horarios preestablecidos y en lugares conocidos, seguramente lo llevarían a la desesperación y a la locura y terminaría quedando con una o perdiendo a las dos, junto con la razón y los deseos de vivir. Nunca mas sería infiel y correría el peligro de perderle el gusto a las mujeres. Pero en fin, nosotros pocas veces reaccionamos civilizadamente. Sólo andamos derechos bajo la amenaza del rigor. Y el rigor de las dos ha caído sobre mi pobre amigo. Una lo desprecia porque en un descuido mostró el juego y la dejó en entredicho en su trabajo y otras partes y la otra porque le descubrió el “estúpido” E.Mail que sólo un estúpido puede mandar desde su casa. Mi amigo no es un estúpido, sólo tuvo un momento de estupidez de funestas consecuencias. O sea, a veces es estúpido, pero pocas, muy pocas.
Hemos conversado estos días sobre los problemas y cuales serían las formas mas adecuadas para superarlo. Todo en el terreno de las hipótesis, basadas en nuestras pretendidas experiencias mundanas, que en realidad no son tantas. Pero apelamos al sentido común, el menos común de los sentidos, buscando una salida que no le termine de volar sus maltrechas plumas a este aprendiz de Tenorio.
Sin embargo todo esto ha tenido un aspecto positivo. Al relajarse mi amigo, producto de que su secreto ya es conocido por su familia, se le arregló la presión que andaba por las nubes, se ve contento y lo que en un principio lo tenía a mal traer, ahora parece tomarlo con la calma del que sabe que con paciencia puede recuperar lo perdido. Entiendo por perdido a la familia, porque con la otra parte parece que no hay destino de ningún tipo, aunque en estas cosas es difícil predecir con exactitud.
El más contento es Micifuz, mi gatito negro que crece un poco cada día. Tiene otra persona con quien jugar, cuando me aburro de sus caricias rasguñantes. Mi amigo, que no le gustan los gatos, le ha tomado un especial cariño. El otro día hasta durmió con él. Tal vez la suavidad de su pelaje le rememoraba alguna gata perdida, mientras en sueños se convertía en una gato romano sobre el tejado caliente de las pasiones desbocadas. Micifuz no sabe porque lo quiere, algún día sabrá que sirvió de consuelo y de paliativo a otras caricias. Él es sólo un gato, sólo quiere cariños sin importarle el motivo ni el origen.
Ahora en la parcela somos tres. También un perro que nos visita, El Jefe. El pobre lo tienen amarrado para evitarle males mayores. Anda tras una perra en celo y la dueña ordenó que lo apiedraran. Una piedra le dio junto al hocico y lo tiene bastante hinchado. Su dueño quiere protegerlo, pero El Jefe no quiere que lo protejan, sólo quiere a la perra en celo. Le encuentro razón, seamos francos; ¡que cosa mas linda que morir haciendo el amor!
San José de Maipo, 17 de Enero de 2006. Juan Carlos Edwards Vergara