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Ariadna invisible
Ariadna mira de frente a Leonidas, y le dice: «siempre quise conocer un guerrero como tú.»
Leonidas no intuye la próxima batalla, sólo adivina que esta mujer le descubrirá caminos que ni siquiera existen en su imaginación.
Ella le guía al punto que da inicio a los senderos, ahora de su propio laberinto, en los cuales, con su ayuda, él podrá avanzar sin confundirse. Cesará su guerra.
Leonidas nunca vislumbró que ella controlaba la entrada y salida de su hilo íntimo.
Un anochecer Leonidas surca las suaves olas de Ariadna, unidos se suspenden al interior de una de las tantas nubes que ella le va revelando. Esta vez él, impetuoso, le propone: «estallemos juntos en un millar de fragmentos que no detengan su vuelo jamás.»
Ariadna, atenta, lo conduce por la senda de salida que a ella la mantiene libre y en seguida, suave y sin prisa, le confiesa: «yo tengo más de mil años, ayer fui amante de tu padre y mañana lo seré de tu hijo. Nada logrará extinguirme.»
Leonidas calla.
Ariadna desaparece.
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Texto agregado el 19-01-2006, y leído por 110
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